martes, 26 de julio de 2016

Libro: "Besando mis rodillas" [Jesús Adrian Romero] Introduccion - Esa extraña añoranza

Después de haber desayunado, salí del hotel y empecé a deambular por las calles de Mérida, Yucatán. Me había quedado luego de un evento con el fin de disfrutar un poco la ciudad.
El día me parecía perfecto. El clima era edénico y la gente amable. Era un turista sin agenda y sin mapa caminando lentamente por las aceras de las empedradas calles de la ciudad.
Después de caminar unos minutos, llegué a la plaza principal y lo primero que llamó mi atención fue un grupo de niños exploradores. Estaban formados ordenadamente frente a la catedral y sus trajes inmaculados hacían juego con sus impecables cortes de pelo. Parecían estarse preparando para salir a una excursión y cada uno de ellos escuchaba con atención las instrucciones que sus capitanes les daban mientras mantenían orden y un aire de gallardía. Al verlos, voló mi imaginación y los pude ver perfectos. Como si hubieran sido de otro planeta. Los imaginé como alumnos brillantes, bien portados y excelentes como hijos.
Continué mi recorrido y llegué a una pequeña plaza de la que provenía un sonido de música antigua pero alegre. Allí, en medio de la plaza, me encontré con un manantial de inspiración.
Unas treinta parejas bailaban al son de la música y me detuve a verlas. La mayoría eran de la tercera edad. Parecían estar vestidas con sus mejores ropas. Las mujeres usaban vestidos de olán y zapatillas. Los hombres llevaban traje y sombrero.
Las parejas bailaban como si hubieran tomado clases o fueran miembros de una academia de danza. La dignidad y el decoro de estas parejas se podían respirar en el aire.
De nuevo mi mente voló y también las imaginé casi perfectas. Parecía que flotaban por encima de los problemas que las parejas comunes suelen tener. Las imaginé con hogares y familias unidas, con hijos ejemplares. Me quedé viéndolas bailar por mucho tiempo, y al estudiar sus rostros trataba de imaginar sus historias, todas eran bellas.
Después caminé un poco más por la plaza y me detuve a comer un helado de garrafa que me supo a cielo. Continué mi recorrido por otras partes del centro de la ciudad observando a la gente platicar en las verandas de las casas, disfrutando el aire fresco de una tarde de domingo y viendo a sus hijos jugar.
Cuando el sol ya se ocultó en el horizonte, regresé a la habitación del hotel fascinado, embelesado y con una sensación extraña de añoranza. Esta añoranza es un sentimiento que conozco muy bien porque lo he experimentado muchas veces. Es un sentimiento que contiene una mezcla de alegría y tristeza. De esa tristeza que duele, pero a la vez llena de esperanza.
Es la añoranza de una idea,
un concepto,
un anhelo profundo,
un sueño de hogar.
Es una idea que siempre ha estado en mi corazón acerca de cómo debe ser el lugar en el que me gustaría habitar, vivir y permanecer.
Esta añoranza es tan fuerte que a veces me hace pensar que ya viví en ese lugar, pero no está en mi memoria, es como si el recuerdo estuviera escondido en mi subconsciente.
Este concepto de hogar es un suspiro que no acaba.
Se esconde en mis poemas y en mis canciones.
Se escapa en mis suspiros y mis oraciones.
Miro mi historia y confieso que tengo muchas razones para ser feliz. No podría ser más afortunado con la heredad que me ha tocado. Mi esposa y mis hijos son una fuente de satisfacción inagotable. Tengo amigos con los que puedo reír hasta el llanto, y muchas razones para sentirme contento, pero esta añoranza me persigue como sombra. A veces me siento como un exiliado tratando de regresar a un país que no conozco. Un lugar donde se habla un idioma que se me ha olvidado.
En una ocasión escuché a alguien decir que cuando estaba en casa anhelaba estar de viaje y cuando estaba de viaje anhelaba estar en casa. Será que ¿no encontramos nuestro hogar?
C. S. Lewis, hablando de este anhelo de vivir en el lugar perfecto dijo en sus discursos que componen el libro “The weight of glory”: «El hambre del hombre prueba que proviene de una raza que repara su cuerpo cuando come, y que habita un mundo donde comer sustancia existe. De la misma manera mi deseo de habitar en el paraíso es una buena indicación que tal lugar existe». (1)
Pero el corazón de los hombres lo añora como si ya hubiera estado allí…
y en efecto, hemos estado allí.
No fuimos nosotros sino nuestros primeros padres los que habitaron en ese país cuyo nombre significa placer. Era un lugar perfecto donde no había dolor, tristeza ni enfermedad. Todo lo que experimentaban en ese lugar era placentero, pero un día nuestros padres fueron desterrados al exilio porque se rebelaron en contra del rey de ese país.
El autor del libro de Génesis dice que la entrada a ese país ahora está resguardada por dos querubines con espadas encendidas que no nos permiten regresar al Edén, y por eso andamos como errantes, lejos de Dios y su presencia, con un recuerdo que se extingue, añorando el regreso a casa.
Lejos del paraíso, los profetas de antaño clamaban a Dios diciendo: «Acuérdate de nosotros», y un día el rey se acordó de nosotros y envió a su hijo, quien dejó el reino para venir a buscarnos y llevarnos de regreso a casa.
Cuando Jesús empezó su ministerio aquí en la tierra les decía a los hombres: «Sígueme», como insinuando:
Te voy a llevar de regreso a casa.
Voy a resolver la añoranza de tu corazón.
Y los hombres lo comenzaron a seguir…pero cuando decidió llevarlos de regreso al Edén, las espadas encendidas que los
querubines tenían en sus manos lo traspasaron a Él.
Eso fue lo que sucedió en la cruz.
Jesús pagó el precio por nuestra sedición y rebeldía. Él abrió el camino delante de nosotros y ahora podemos regresar a casa.
Este camino es la vida espiritual, pero no es un camino fácil. Hay muchas distracciones. La vida espiritual a veces nos elude.
Se nos escapa como agua entre los dedos.
Es como leve bruma que se pierde entre las montañas.
Como un eco que se extingue.
Como un silbido apacible.
Por muchos años he estado tratando de encontrar la fuente de este silbido apacible y a veces lo encuentro, a veces no. En ocasiones es tan real como nuestro respirar, y a veces es solo bruma. Por eso creo que la idea moderna de que la vida espiritual vibrante viene como resultado de una experiencia hace más daño que bien.
La vida espiritual profunda viene como resultado de escoger un estilo de vida.
Hay una espiritualidad emergente, una generación de creyentes alrededor del mundo que buscan cada día esa conexión con Dios y de eso se trata el libro que tienes en tus manos.
Estas páginas se tratan de disipar esa añoranza.

El objetivo es encontrar esos pedazos de tierra santa en medio de nuestro peregrinar. Este diálogo se trata de buscar esos momentos cuando el cielo se conecta con la tierra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Libro: POEMAS DE DIOS [Alex Campos] Capitulo 7 - VUELVE PRONTO

CAPÍTULO 7 Vuelve pronto Mis ojos yo alcé al cielo y su rostro se escondía en las nubes del gran cielo. Sin aliento y sin consuel...