Después de haber desayunado,
salí del hotel y empecé a deambular por las calles de Mérida, Yucatán. Me había
quedado luego de un evento con el fin de disfrutar un poco la ciudad.
El día me parecía perfecto. El clima era
edénico y la gente amable. Era un turista sin agenda y sin mapa caminando
lentamente por las aceras de las empedradas calles de la ciudad.
Después de caminar unos minutos, llegué a la
plaza principal y lo primero que llamó mi atención fue un grupo de niños
exploradores. Estaban formados ordenadamente frente a la catedral y sus trajes inmaculados
hacían juego con sus impecables cortes de pelo. Parecían estarse preparando
para salir a una excursión y cada uno de ellos escuchaba con atención las instrucciones
que sus capitanes les daban mientras mantenían orden y un aire de gallardía. Al
verlos, voló mi imaginación y los pude ver perfectos. Como si hubieran sido de otro
planeta. Los imaginé como alumnos brillantes, bien portados y excelentes como
hijos.
Continué mi recorrido y llegué a una pequeña
plaza de la que provenía un sonido de música antigua pero alegre. Allí, en
medio de la plaza, me encontré con un manantial de inspiración.
Unas treinta parejas bailaban al son de la
música y me detuve a verlas. La mayoría eran de la tercera edad. Parecían estar
vestidas con sus mejores ropas. Las mujeres usaban vestidos de olán y zapatillas.
Los hombres llevaban traje y sombrero.
Las parejas bailaban como si hubieran tomado
clases o fueran miembros de una academia de danza. La dignidad y el decoro de estas
parejas se podían respirar en el aire.
De nuevo mi mente voló y también las imaginé
casi perfectas. Parecía que flotaban por encima de los problemas que las
parejas comunes suelen tener. Las imaginé con hogares y familias unidas, con
hijos ejemplares. Me quedé viéndolas bailar por mucho tiempo, y al estudiar sus
rostros trataba de imaginar sus historias, todas eran bellas.
Después caminé un poco más por la plaza y me
detuve a comer un helado de garrafa que me supo a cielo. Continué mi recorrido
por otras partes del centro de la ciudad observando a la gente platicar en las
verandas de las casas, disfrutando el aire fresco de una tarde de domingo y
viendo a sus hijos jugar.
Cuando el sol ya se ocultó en el horizonte,
regresé a la habitación del hotel fascinado, embelesado y con una sensación
extraña de añoranza. Esta añoranza es un sentimiento que conozco muy bien porque
lo he experimentado muchas veces. Es un sentimiento que contiene una mezcla de
alegría y tristeza. De esa tristeza que duele, pero a la vez llena de
esperanza.
Es la añoranza de una idea,
un concepto,
un anhelo profundo,
un sueño de hogar.
Es una idea que siempre ha estado en mi corazón
acerca de cómo debe ser el lugar en el que me gustaría habitar, vivir y permanecer.
Esta añoranza es tan fuerte que a veces me hace
pensar que ya viví en ese lugar, pero no está en mi memoria, es como si el
recuerdo estuviera escondido en mi subconsciente.
Este concepto de hogar es un suspiro que no
acaba.
Se esconde en mis poemas y en mis canciones.
Se escapa en mis suspiros y mis oraciones.
Miro mi historia y confieso que tengo muchas
razones para ser feliz. No podría ser más afortunado con la heredad que me ha
tocado. Mi esposa y mis hijos son una fuente de satisfacción inagotable. Tengo amigos
con los que puedo reír hasta el llanto, y muchas razones para sentirme
contento, pero esta añoranza me persigue como sombra. A veces me siento como un
exiliado tratando de regresar a un país que no conozco. Un lugar donde se habla
un idioma que se me ha olvidado.
En una ocasión escuché a alguien decir que
cuando estaba en casa anhelaba estar de viaje y cuando estaba de viaje anhelaba
estar en casa. Será que ¿no encontramos nuestro hogar?
C. S. Lewis, hablando de este anhelo de vivir
en el lugar perfecto dijo en sus discursos que componen el libro “The weight of
glory”: «El hambre del hombre prueba que proviene de una raza que repara su cuerpo
cuando come, y que habita un mundo donde comer sustancia existe. De la misma
manera mi deseo de habitar en el paraíso es una buena indicación que tal lugar existe».
(1)
Pero el corazón de los hombres lo añora como si
ya hubiera estado allí…
y en efecto, hemos estado
allí.
No fuimos nosotros sino nuestros primeros
padres los que habitaron en ese país cuyo nombre significa placer. Era un lugar
perfecto donde no había dolor, tristeza ni enfermedad. Todo lo que experimentaban
en ese lugar era placentero, pero un día nuestros padres fueron desterrados al
exilio porque se rebelaron en contra del rey de ese país.
El autor del libro de Génesis dice que la
entrada a ese país ahora está resguardada por dos querubines con espadas
encendidas que no nos permiten regresar al Edén, y por eso andamos como errantes,
lejos de Dios y su presencia, con un recuerdo que se extingue, añorando el
regreso a casa.
Lejos del paraíso, los profetas de antaño
clamaban a Dios diciendo: «Acuérdate de nosotros», y un día el rey se acordó de
nosotros y envió a su hijo, quien dejó el reino para venir a buscarnos y
llevarnos de regreso a casa.
Cuando Jesús empezó su ministerio aquí en la
tierra les decía a los hombres: «Sígueme», como insinuando:
Te voy a llevar de regreso a casa.
Voy a resolver la añoranza de tu corazón.
Y los hombres lo comenzaron a seguir…pero
cuando decidió llevarlos de regreso al Edén, las espadas encendidas que los
querubines tenían en sus manos lo traspasaron a
Él.
Eso fue lo que sucedió en la cruz.
Jesús pagó el precio por nuestra sedición y
rebeldía. Él abrió el camino delante de nosotros y ahora podemos regresar a
casa.
Este camino es la vida espiritual, pero no es
un camino fácil. Hay muchas distracciones. La vida espiritual a veces nos
elude.
Se nos escapa como agua entre los dedos.
Es como leve bruma que se pierde entre las
montañas.
Como un eco que se extingue.
Como un silbido apacible.
Por muchos años he estado tratando de encontrar
la fuente de este silbido apacible y a veces lo encuentro, a veces no. En
ocasiones es tan real como nuestro respirar, y a veces es solo bruma. Por eso
creo que la idea moderna de que la vida espiritual vibrante viene como resultado
de una experiencia hace más daño que bien.
La vida espiritual profunda viene como
resultado de escoger un estilo de vida.
Hay una espiritualidad emergente, una
generación de creyentes alrededor del mundo que buscan cada día esa conexión
con Dios y de eso se trata el libro que tienes en tus manos.
Estas páginas se tratan de disipar esa
añoranza.
El objetivo es encontrar esos pedazos de tierra
santa en medio de nuestro peregrinar. Este diálogo se trata de buscar esos
momentos cuando el cielo se conecta con la tierra.
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