CAPÍTULO 7
Vuelve pronto
Mis ojos yo alcé al cielo y su
rostro se escondía en las nubes del gran cielo.
Sin aliento y sin consuelo lloré
su despedida. De este mundo tú partías.
Aquel hombre tan bueno, Jesús el
nazareno, aquel que no está entre los muertos.
Mi amigo, mi hermano, aquel
hombre verdadero, del cielo yo dejé de verlo.
Vuelve pronto, por favor, que
tus ojos quiero ver.
Por los campos correré, de tu mano
andaré.
Vuelve pronto, por favor, que
tus ojos quiero ver.
Tus caricias recibiré, hasta el fin
yo te amaré.
Día a día yo te esperaré, yo me
entregaré y te adoraré.
En tu presencia me deleitaré, yo
me gozaré, en ti yo moriré.
Vuelve pronto, no tardes en
volver, regresa, por favor, regresa otra vez.
Cuando los discípulos estaban despidiéndose
de su Maestro, me imagino el dolor que todos sentirían. Al impulsivo Pedro seguramente
le corrían las lágrimas por sus mejillas al ver que Jesús estaba por partir. Él
había cambiado de forma radical su vida: lo había convertido de un simple pescador
en un pescador de hombres. Estaba a punto de ver marcharse a quien por medio de
la fe lo enseñó a dar sus primeros pasos por las altas mareas del mar.
Aquel al que vio levantarse de
los muertos se despedía de ellos. Una escena dramática y triste.
Jesús les había asegurado a sus discípulos
que estaría con ellos hasta el final de los tiempos, y a su vez les prometió
que enviaría al Consolador, el poderoso Espíritu Santo, el cual los llenaría
con su poder y su presencia. Sin embargo, durante los días anteriores a ser bautizados
con el Espíritu de Dios, se habían escondido atemorizados y tristes, porque el
Maestro ya no estaba entre ellos.
No sé qué cambios haya hecho Jesús
en tu vida, pero puedes estar seguro de que ya hizo lo más importante de todo:
dio su vida por ti y toda la humanidad. Detente a pensar por un minuto en este
hecho: él dio su vida por nosotros. Creo que esta poderosa verdad es suficiente
para hacernos querer entregarle también nuestra vida, no solo de forma
pasajera, sino por completo y sin reservas, al punto de que cada vez que le
fallemos, sintamos el dolor de perder la comunión con el Creador, el mejor amigo,
el concejero fiel, el sanador de nuestras enfermedades, el amado de nuestro
corazón. ¿Cuántas veces nos hemos sentido así? En muchas ocasiones he tenido
que entonar el coro de esta canción: Vuelve
pronto, por favor, que tus ojos quiero ver. No deseo apartar mi mirada ni
mi enfoque de él, sino caminar con Jesús cada día, experimentando su amor y
perdón.
Día a día yo te esperaré, yo me entregaré y te adoraré. Debemos vivir
un día a la vez y siempre llevar una vida devota, en adoración a Dios. En pocas
palabras, debemos estar preparados para cuando él retorne, para el momento en
que suene la trompeta y seamos levantados a los cielos por Jesús. ¿Te imaginas?
Nuestra espera no debe ser pasiva ni despreocupada, sino debemos mantenernos
vigilantes y a la expectativa.
Las Escrituras son claras en
cuanto a esto: El reino de los cielos será entonces como diez jóvenes solteras
que tomaron sus lámparas y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran insensatas
y cinco prudentes. Las insensatas llevaron sus lámparas, pero no se abastecieron
de aceite. En cambio, las prudentes llevaron vasijas de aceite junto con sus lámparas.
Y como el novio tardaba en llegar, a todas les dio sueño y se durmieron. A medianoche
se oyó un grito: «¡Ahí viene el novio! ¡Salgan a recibirlo!» Entonces todas las
jóvenes se despertaron y se pusieron a preparar sus lámparas. Las insensatas dijeron
a las prudentes: «Dennos un poco de su aceite porque nuestras lámparas se están
apagando.» «No — respondieron éstas—, porque así no va a alcanzar ni para nosotras
ni para ustedes. Es mejor que vayan a los que venden aceite, y compren para ustedes
mismas.» Pero mientras iban a comprar el aceite llegó el novio, y las jóvenes
que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas. Y se cerró la
puerta. Después llegaron también las otras. «¡Señor! ¡Señor! —suplicaban—. ¡Ábrenos
la puerta!» «¡No, no las conozco!», respondió él. Por tanto —agregó Jesús—, manténganse
despiertos porque no saben ni el día ni la hora (Mateo 25:1-13).
De algo debemos estar seguros: Jesús
regresará por su iglesia. Él vendrá por segunda vez, y tú y yo debemos estar
preparados, listos, atentos. No podemos descuidar nuestra comunión con Dios,
pues es esa comunión la que nos fortalece para el día a día, ayudándonos a estar
enfocados y no solo a tener nuestras lámparas encendidas, sino también a
disponer de la provisión necesaria para cuando él regrese.
La Palabra dice que nadie sabe ni
el día ni la hora en que Jesús regresará por nosotros. Él vendrá como ladrón en
la noche, cuando menos se lo espere, así que no tengamos por tardanza su
regreso, sino más bien vivamos expectantes y deseosos de encontrarnos con él en
las nubes.
¿Qué debemos hacer mientras esperamos
su retorno? Como dice la canción: En tu presencia me deleitaré, yo me gozaré,
en ti yo moriré. Debemos deleitarnos cada día en la presencia de Jesús, en su perfecta
voluntad. Dios desea que vivamos no solo añorando su venida, sino que podamos
disfrutar de su presencia aquí en la tierra, viviendo agradecidos y orgullosos de
que él sea nuestro Señor, siendo los mejores esposos, padres, hijos y alegres
representantes de su amor.
La vida cristiana es una
increíble aventura donde veremos milagros, desafíos y desiertos, experimentando
la poderosa presencia de Dios. No entiendo cómo algunos cristianos pueden vivir
una vida aburrida y en continuo lamento. No importa si tienes mucho o poco, si
eres alto o bajo, flaco o gordo, lo importante es vivir un día a la vez, siendo
agradecidos en todo tiempo y haciendo que nuestra vida sirva de ejemplo a otros
y anime a muchos a seguir a aquel al que tú y yo hemos decidido amar sin
reservas, a nuestro único y suficiente Salvador, Jesús.
Vuelve pronto, no tardes en volver,
regresa, por favor, regresa otra vez. Algunas veces cuando alguien me pide un
autógrafo escribo junto a mi firma una cita de Palabra de Dios: Romanos
8:19-23.
Estos versos declaran: «La creación
aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a
la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así
lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser
liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa
libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una,
como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos,
que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos
nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo».
La creación entera y cada uno de
los que hemos aceptado a Jesús como Señor y Salvador anhelamos, deseamos, esperamos
con ansiedad ese bendito momento en que él retorne a la tierra por segunda vez,
ya que en la actualidad todo el universo y cada ser humano padecen muchos males
cada día y existe mucha crueldad en el mundo. Sin embargo, debemos ser luz en
medio de tanta maldad y apatía, viviendo vidas rectas y devotas a Dios. La vida
es un regalo de Dios y debemos vivirla en gratitud y continua adoración a él,
pero nada se comparará al momento en que seamos levantados de esta tierra, renovados
con un cuerpo nuevo, disfrutando de todas las promesas que como hijos tenemos
el derecho a recibir. Podemos disfrutar de la firme esperanza de que la
creación misma será liberada de la corrupción, la maldad y el pecado que por
años ha tenido esclavo al mundo. Sí, en ese momento divino seremos libres,
nuestros cuerpos mortales serán redimidos y alcanzaremos una gloriosa libertad como
hijos de Dios.