lunes, 8 de enero de 2018

Libro: POEMAS DE DIOS [Alex Campos] Capitulo 6 - SU DULCE VOZ

CAPÍTULO 6
Su dulce voz

Lo he mirado a los ojos y mirado con dolor,
Que aunque yo le he fallado, él me mira con amor.
Yo no entiendo muchas veces el porqué de mi error,
solo sé que fielmente escucharé su voz.
Su voz de pasión, su voz de amor,
esa voz que es más que una loca emoción.
Voz que enamora, voz del corazón, voz que cuando escucho sana mi dolor.
Su dulce voz.
Lo he escuchado en un ave entonando su canción,
lo he escuchado en el llanto de aquel bello bebé,
lo he escuchado en la alegría, lo he escuchado en la oración,
lo he escuchado en el silencio de su fiel perdón.


Esta es una de las primeras canciones que escribí, siendo tan solo un adolescente con una sencilla guitarra que trataba de escuchar la suave y dulce voz de mi Señor. Escuchar la voz inigualable de Dios se convirtió en mi anhelo, mi mayor deseo, así que tomaba mi guitarra y me pasaba horas cantando cosas nuevas, melodías recién creadas. Sentía la presencia de Dios, sabía que estaba allí, era algo indudable y la podía apreciar, pero difícilmente era capaz de escuchar la voz audible de Dios, de modo que después de ser grandemente bendecido por su presencia, dejaba la guitarra y me ponía a hacer diferentes actividades. No me quedaba frustrado por no escucharlo, pero sí motivado a esperar que en algún momento él me hablara. Pasaron meses antes de que entendiera una gran verdad: debemos hacer silencio para que la otra persona pueda hablar y nosotros escuchar. No había tomado en cuenta algo tan simple y obvio.

Me gustaría que hicieras el siguiente ejercicio. Piensa en alguien que deseas conocer, alguien que admiras mucho. Entonces un día se encuentran y es tanta tu admiración por esta persona que comienzas a hablar sin parar, le cuentas cómo la conociste, le explicas todo lo que ha motivado en tu vida… en fin, te sientes tan emocionado que no quieres que esta persona se vaya, de modo que tratas de decirle varias cosas para mantenerla más tiempo a tu lado.

Sin embargo, llega el momento en que mira su reloj y te interrumpe para decirte: «Gracias por todas esa palabras tan lindas, pero debo irme ya, me están esperando». Tú te tomas rápidamente una foto con él o ella y te despides, sin saber qué pensaba aquel personaje. Más tarde analizas la situación y concluyes que te hubiera gustado conocerle un poco mejor. No obstante, ¿cómo hubieras podido hacerlo si no le dejaste pronunciar ni una sola palabra? Recuerdo que cuando conocí a Marcos Witt estaba tan emocionado y tenía tantos milagros y cosas que contarle, que la noche no me hubiera alcanzado para decirle todo y a su vez agradecerle la bendición tan grande que representaba para mi vida.

Recuerdo que le conté un poco, pero me deleité más en pasar varias horas esa noche escuchándolo hablar. Me contó cosas que yo no sabía, las ideas que tenía y los proyectos que estaba desarrollando.

¡Vaya! Fue increíble poder descubrir tantas cosas de un hombre al que admiraba y al cual seguiré admirando. Nos dieron las cuatro de la mañana compartiendo una velada inolvidable en mi vida.

La cuestión es que debes permitir que Dios le hable a tu vida.

No sé cuántas palabras le digas, pero sí estoy seguro de que él te esperará para hablarte y comunicarte lo que hay en su corazón. No te levantes de tu silla cuando acabes de hablar, más bien haz silencio y escucha su voz. Es posible que transcurran algunos minutos y creas que estás perdiendo el tiempo, pero tan solo espera, disfruta no solo de su presencia, ya que él quiere que en el silencio puedas también escuchar su voz.

Creo que la mayoría de los tesoros del reino de Dios le aguardan a aquellos que saben escuchar. En las Escrituras encontramos muchas ocasiones en que Jesús les dijo a sus discípulos: «El que tenga oídos para oír, que oiga», exhortándolos de este modo a escuchar sus palabras con atención. Dios desea que tú y yo le escuchemos, que podamos oír su voz y las muchas cosas increíbles que nos enseña al atenderlo con todo cuidado. En su libro Secretos del lugar secreto, Bob Sorge escribió: «Las cosas no cambian cuando hablo con Dios; las cosas cambian cuando Dios me habla. Cuando yo hablo, nada sucede; cuando Dios habla, el universo se vuelve real. De manera que el poder de la oración no se encuentra en convencer a Dios de mis asuntos, sino en esperar en él para escuchar sus asuntos». ¡Cuánta verdad hay en este mensaje! Más importante que nuestras propias palabras, que de igual forma él recibe con agrado, es escuchar la poderosa voz del altísimo.

Después de entender la importancia de hacer silencio para permitir que Dios hable a mi vida, es que comenzaron a nacer mis canciones que más han inspirado a la gente. No me podría atribuir el mérito de ser un excelente escritor o poeta, pues al leer mis canciones solo puedo llegar a una conclusión: Dios es el autor de muchas de ellas.

La voz de Dios nos apasiona, nos llena de un amor inagotable. Se trata de algo más que una loca emoción. Su voz llega al corazón y sana tu dolor. Es posible que te digas que ya llevas varios días tratando de escucharlo y no has oído nada, pero tan solo disfruta de su presencia y en el momento en que él te hable, podrás decir como el salmista: «Vale más pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos» (Salmo 84:10).


Anhelemos escuchar su voz y tengamos la seguridad de que valdrá la pena esperar por ese sublime momento. Mantente fiel, no te rindas, sé fuerte, y como me dijo un buen amigo llamado Danilo Montero, pelea por tu tiempo con Dios. Es en ese tiempo que determinas que Dios estará esperándote para susurrarte al oído su canción de amor.

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