CAPÍTULO 6
Su dulce voz
Lo he mirado a los ojos y mirado
con dolor,
Que aunque yo le he fallado, él me
mira con amor.
Yo no entiendo muchas veces el porqué
de mi error,
solo sé que fielmente escucharé
su voz.
Su voz de pasión, su voz de amor,
esa voz que es más que una loca
emoción.
Voz que enamora, voz del corazón,
voz que cuando escucho sana mi dolor.
Su dulce voz.
Lo he escuchado en un ave entonando
su canción,
lo he escuchado en el llanto de
aquel bello bebé,
lo he escuchado en la alegría,
lo he escuchado en la oración,
lo he escuchado en el silencio
de su fiel perdón.
Esta es una de las primeras canciones
que escribí, siendo tan solo un adolescente con una sencilla guitarra que
trataba de escuchar la suave y dulce voz de mi Señor. Escuchar la voz
inigualable de Dios se convirtió en mi anhelo, mi mayor deseo, así que tomaba
mi guitarra y me pasaba horas cantando cosas nuevas, melodías recién creadas.
Sentía la presencia de Dios, sabía que estaba allí, era algo indudable y la
podía apreciar, pero difícilmente era capaz de escuchar la voz audible de Dios,
de modo que después de ser grandemente bendecido por su presencia, dejaba la
guitarra y me ponía a hacer diferentes actividades. No me quedaba frustrado por
no escucharlo, pero sí motivado a esperar que en algún momento él me hablara.
Pasaron meses antes de que entendiera una gran verdad: debemos hacer silencio
para que la otra persona pueda hablar y nosotros escuchar. No había tomado en
cuenta algo tan simple y obvio.
Me gustaría que hicieras el siguiente
ejercicio. Piensa en alguien que deseas conocer, alguien que admiras mucho.
Entonces un día se encuentran y es tanta tu admiración por esta persona que comienzas
a hablar sin parar, le cuentas cómo la conociste, le explicas todo lo que ha
motivado en tu vida… en fin, te sientes tan emocionado que no quieres que esta persona
se vaya, de modo que tratas de decirle varias cosas para mantenerla más tiempo
a tu lado.
Sin embargo, llega el momento en que
mira su reloj y te interrumpe para decirte: «Gracias por todas esa palabras tan
lindas, pero debo irme ya, me están esperando». Tú te tomas rápidamente una
foto con él o ella y te despides, sin saber qué pensaba aquel personaje. Más
tarde analizas la situación y concluyes que te hubiera gustado conocerle un poco
mejor. No obstante, ¿cómo hubieras podido hacerlo si no le dejaste pronunciar
ni una sola palabra? Recuerdo que cuando conocí a Marcos Witt estaba tan emocionado
y tenía tantos milagros y cosas que contarle, que la noche no me hubiera
alcanzado para decirle todo y a su vez agradecerle la bendición tan grande que representaba
para mi vida.
Recuerdo que le conté un poco, pero
me deleité más en pasar varias horas esa noche escuchándolo hablar. Me contó
cosas que yo no sabía, las ideas que tenía y los proyectos que estaba
desarrollando.
¡Vaya! Fue increíble poder descubrir
tantas cosas de un hombre al que admiraba y al cual seguiré admirando. Nos
dieron las cuatro de la mañana compartiendo una velada inolvidable en mi vida.
La cuestión es que debes permitir
que Dios le hable a tu vida.
No sé cuántas palabras le digas, pero
sí estoy seguro de que él te esperará para hablarte y comunicarte lo que hay en
su corazón. No te levantes de tu silla cuando acabes de hablar, más bien haz
silencio y escucha su voz. Es posible que transcurran algunos minutos y creas
que estás perdiendo el tiempo, pero tan solo espera, disfruta no solo de su
presencia, ya que él quiere que en el silencio puedas también escuchar su voz.
Creo que la mayoría de los tesoros
del reino de Dios le aguardan a aquellos que saben escuchar. En las Escrituras encontramos
muchas ocasiones en que Jesús les dijo a sus discípulos: «El que tenga oídos
para oír, que oiga», exhortándolos de este modo a escuchar sus palabras con atención.
Dios desea que tú y yo le escuchemos, que podamos oír su voz y las muchas cosas
increíbles que nos enseña al atenderlo con todo cuidado. En su libro Secretos del
lugar secreto, Bob Sorge escribió: «Las cosas no cambian cuando hablo con Dios;
las cosas cambian cuando Dios me habla. Cuando yo hablo, nada sucede; cuando
Dios habla, el universo se vuelve real. De manera que el poder de la oración no
se encuentra en convencer a Dios de mis asuntos, sino en esperar en él para
escuchar sus asuntos». ¡Cuánta verdad hay en este mensaje! Más importante que nuestras
propias palabras, que de igual forma él recibe con agrado, es escuchar la
poderosa voz del altísimo.
Después de entender la importancia
de hacer silencio para permitir que Dios hable a mi vida, es que comenzaron a
nacer mis canciones que más han inspirado a la gente. No me podría atribuir el mérito
de ser un excelente escritor o poeta, pues al leer mis canciones solo puedo
llegar a una conclusión: Dios es el autor de muchas de ellas.
La voz de Dios nos apasiona, nos
llena de un amor inagotable. Se trata de algo más que una loca emoción. Su voz
llega al corazón y sana tu dolor. Es posible que te digas que ya llevas varios
días tratando de escucharlo y no has oído nada, pero tan solo disfruta de su
presencia y en el momento en que él te hable, podrás decir como el salmista:
«Vale más pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos» (Salmo 84:10).
Anhelemos escuchar su voz y tengamos
la seguridad de que valdrá la pena esperar por ese sublime momento. Mantente
fiel, no te rindas, sé fuerte, y como me dijo un buen amigo llamado Danilo Montero,
pelea por tu tiempo con Dios. Es en ese tiempo que determinas que Dios estará esperándote
para susurrarte al oído su canción de amor.
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