lunes, 25 de mayo de 2015

Libro: "Buenos días, Espíritu Santo" Benny Hinn] - Capitulo 1

Capítulo 1
“¿Puedo conocerte realmente?”

Tres días antes de la Navidad de 1973. El sol todavía estaba saliendo en aquella mañana fría y nebulosa de Toronto.
            De repente Él estaba allí. El Espíritu Santo entro en mi cuarto. Él era tan real para mi aquella mañana como lo es para usted el libro que tiene en sus manos.
            En las ocho horas siguientes, tuve una experiencia con el Espíritu Santo. Cambió el curso de mi vida. Lágrimas de asombro y gozo rodaron por mis mejillas al abrir las Escrituras y El me dio las respuestas a mis preguntas.
            Parecía que mi cuarto se había elevado al hemisferio del cielo. Y yo quería quedarme allí para siempre. Había acabado de cumplir veintiún años, y esta visitación fue el mejor regalo de cumpleaños o Navidad que jamás yo haya recibido.
Al final del pasillo estaban mi mama y mi papa. Ellos posiblemente nunca entenderán lo que le estaba pasando a su Benny. En realidad, si ellos hubieran sabido lo que yo estaba experimentando, podría haber sido el punto de rompimiento de una familia que ya estaba al borde de desmoronarse. Por casi dos años –desde el día que yo le di mi vida a Jesús- no había comunicación entre mis padres y yo. Era horrible. Como el hijo de una familia inmigrante  de Israel, yo había humillado la familia rompiendo la tradición. Ninguna otra cosa en mi vida había sido tan devastadora.
En mi cuarto, sin embargo, había puro gozo. Si, era inefable. Si ¡estaba lleno de gloria! Si se me hubiera dicho solo cuarenta y ocho horas antes lo que estaba a punto de pasarme, yo habría dicho: “ De ninguna manera”. Pero desde ese momento, el Espíritu Santo se hizo vida en mí. Ya Él no era la lejana “tercera persona” de la Trinidad. Él era real. Tenía personalidad.
Y ahora yo lo quiero compartir contigo.
Mi amigo, si estás listo para comenzar una relación personal con el Espíritu Santo que sobrepasa todo lo que has soñado posible, continua leyendo. Si no, déjame sugerirte que cierres la cubierta de este libro para siempre. Así es. ¡Cierra el libro! Porque lo que estoy a punto de compartir transformara tu vida espiritual.
De repente te sucederá a ti. Puede que sea cuando estés leyendo. Quizás cuando estés orando. O cuando vayas de camino a tu trabajo. El Espíritu Santo va a responder a tu invitación. Él va a llegar a ser tu amigo más íntimo, tu guía, tu consolador, el compañero de toda tu vida. Y cuando tú y Él se encuentren, dirás: “¡Benny! ¡Déjame decirte lo que el Espíritu ha estado haciendo en mi vida!”

EL PODER DE DIOS REVELADO

Una noche corta en Pittsburgh
Un amigo mío, Jim Poynter, me había pedido que fuera con él en un ómnibus fletado a Pittsburgh, Pensilvania. Había conocido a este ministro metodista libre en la iglesia que yo asistía. El grupo iba a una reunión de una evangelista que sanaba, Kathryn Kuhlman.
            Sinceramente, sabía muy poco de su ministerio. Yo la había visto en televisión, y ella me había disgustado totalmente. Pensé que hablaba gracioso y lucía un poco extraña. Así que no estaba lleno de expectación.
            Pero Jim era mi amigo, y yo no quería defraudarlo.
En el ómnibus le dije a Jim: “Jim tu jamás sabrás el mal rato que tuve con mi padre sobre este viaje”. Después de mi conversión, mis padres hicieron todo lo que pudieron para que yo no fuera  a la iglesia. ¿Y ahora un viaje a Pittsburgh? Estaba fuera de la posibilidad, pero refunfuñando me dieron permio.
            Salimos de Pittsbugh el jueves a media mañana. Y lo que pudo haber sido un viaje de siete horas se tardó más por la abrupta tormenta de nieve. NO llegamos a nuestro hotel hasta la una de la mañana.
            Entonces Jim dijo: “Benny, tenemos que levantarnos a las cinco”.
            “¿Cinco de esta mañana?” pregunte yo. “¿Para qué?”
            Él me dijo que si no estábamos a las puertas del edificio para las seis, no conseguiríamos asiento.
            Bueno, yo no lo podía creer. ¿Quién ha oído jamás de estar parado en el frio helado antes de salir el sol par air a la iglesia? Pero él dijo que eso era lo que teníamos que hacer.
            El frio era glacial. A las cinco me levante y me puse toda la ropa que pude encontrar, botas, guantes. Parecía un esquimal.
            Llegamos a la Primera Iglesia Presbiteriana, en el centro de Pittsburgh, mientras todavía estaba oscuro. Pero lo que me asombró fue que cientos de personas ya estaban allí. Y las puertas no se abrirían hasta dos horas más tarde.
Ser pequeño tiene algunas ventajas. Yo comencé a abrirme paso más y más hacia las puertas –y halando a Jim detrás de mí. Aun había gente durmiendo en los escalones del frente. Una mujer me dijo, “Ellos han estado aquí toda la noche. Es así cada semana”.
            Cuando estaba parado allí, de repente comencé a vibrar –como si alguien hubiera agarrado mi cuerpo y comenzado a sacudirlo.
            Por un momento pensé que el frio glacial me había invadido. Pero yo estaba vestido con ropas dobles y ciertamente no tenía frio. Un sacudimiento incontrolable vino sobre mí.
            Nunca antes nada como eso me había pasado. Y yo no paraba. Estaba demasiado avergonzado para decírselo a Jim, pero yo podía sentir mis huesos crujiendo. Lo sentía en mis rodillas. En mi boca. “¿Qué me está pasando? –me preguntaba-. ¿Es este el poder de Dios?” Yo no entendía.

Corriendo a través de la iglesia
Para entonces las puertas estaban a punto de abrirse, y la multitud presionaba hacia adelante hasta apenas yo podía moverme. Aun la vibración no paraba.
            Jim me dijo: “Benny, cuando esas puertas se abran corre tan rápido como puedas”.
            “¿Por qué?” pregunté.
            “Si no corres, ellos correrán sobre ti”. Él había estado allí antes y sabía que esperar.
            Bueno, nunca pensé que estaría en una carrera yendo a la iglesia, pero allí estaba yo. Y cuando aquellas puertas se abrieron, Salí como un corredor olímpico. Pasé a todo el mundo: mujeres ancianas, hombres jóvenes, a todos ellos. De hecho, llegue a la fila del frente y traté de sentarme. Un ujier me dijo que la primera fila estaba reservada. Más tarde supe que el personal de la señorita Kuhlman escogía las personas que se sentaban al frente. Ella era tan sensible al Espíritu que quería solo los que la apoyaban con oración positiva al frente de ella.
            Con mi problema de tartamudo severo, sabía que sería en vano discutir con el ujier. La segunda fila ya estaba llena, pero Jim y yo encontramos lugar en la tercera fila.
            Pasaría otra hora en lo que comenzaba el servicio, así que me quite mi abrigo, mis guantes y mis botas. Mientras descansaba, me di cuenta de que estaba temblando más que al principio. No paraba. Las vibraciones iban a través de mis brazos y piernas como si yo estuviera conectado a una clase de máquina. La experiencia era extraña para mí. Para ser sincero, yo estaba asustado.
            Mientras tocaban el órgano, todo lo que yo podía pensar era el temblor de mi cuerpo. No era una sensación de “enfermedad”. No era como si yo estuviera contrayendo un catarro o virus. De hecho, mientras seguía, más hermoso era. Era una sensación rara que no parecía física del todo.
            En ese momento, casi de ninguna parte, apareció Kathryn Kuhlman. En un instante, la atmosfera de ese edificio se cargó. Yo no sabía que esperar. Yo no sentía nada alrededor de mí. Ni voces. Ni ángeles celestiales cantando. Nada. Todo lo que sabía era que había estado temblando por tres horas.
            Luego al comenzar los cantos, me hallé a mí mismo haciendo algo que nunca esperé hacer. Yo estaba en pie. Mis manos estaban levantadas, y lágrimas corrían por mis mejillas mientras cantábamos “Cuan grande es El”.
            Era como si yo hubiera explotado. Nunca antes habían salido lágrimas de mis ojos tan rápido. ¡Hablar de éxtasis! Fue un sentimiento de gloria intensa.
            Yo no estaba cantando en la forma que normalmente canto en la iglesia. Cantaba con todo mí ser. Y cuando llegamos a las palabras, “mi corazón entona la canción”, literalmente las cante con el alma.
            Yo estaba tan absorto en el Espíritu de ese himno, que tomó unos minutos para que me diera cuenta de que mi temblor había parado completamente.
            Pero la atmosfera de aquel servicio continuaba. Pensé que yo había sido totalmente arrebatado en un éxtasis. Estaba adorando más allá de todo lo que jamás había experimentado. Era como estar cara a cara con la verdad espiritual pura. No sé si alguien más lo sintió o no, pero yo lo sentí.
            En mi joven experiencia cristiana, Dios había tocado mi vida, pero nunca como Él me estaba tocando ese día.

Como una ola
Mientras estaba parado allí, adorando al Señor, abrí mis ojos para mirar alrededor, porque súbitamente sentí una corriente. Y yo no sabía de donde venía. Era suave, lenta, como la brisa.
            Miré los vitrales en las ventanas. Pero todas estaban cerradas. Y eran demasiado altas para permitir tal corriente.
La brisa rara que sentí, sin embargo, era más como una ola. La sentí bajar en un brazo y subir en el otro. De hecho, la sentía moverse.
¿Qué estaba pasando? ¿Tendría yo alguna vez el valor para decirle a alguien lo que sentía? Pensarían que perdí la razón.
Por lo que pareció diez minutos, las olas de aquel viento continuaron levantándome. Y luego sentí como si alguien hubiera cubierto mi cuerpo con una cubierta pura –una frezada de afecto.
Kathryn comenzó a ministrar a la gente, pero yo estaba tan absorto en el Espíritu que realmente no me importaba. El Señor estaba más cerca de mí de lo que jamás había estado.
Sentí que necesitaba hablar con el Señor, pero todo lo que podía decir era: “Querido Jesús, por favor, ten misericordia de mi”. Lo dije otra vez: “Jesús, por favor, ten misericordia de mi”.
Me sentí tan indigno.
Me sentí como Isaías cundo entró en la presencia del Señor.
¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehova de los ejércitos (Isaías 6:5).
La misma cosa pasó cuando la gente vio a Cristo. Inmediatamente vieron su propia suciedad, su necesidad de limpieza.
Eso fue lo que me pasó a mí. Fue como si una luz gigantesca estuviera alumbrando sobre mí. Todo lo que yo podía ver eran mis debilidades, mis faltas y mis pecados.
Una y otra vez decía: “Querido Jesús, por favor, ten misericordia de mi”:
Entonces oí una voz que yo no sabía que tenía que ser el Señor. Era tan gentil, ero era inconfundible. Me dijo: “Mi misericordia es abundante en ti”.
Mi vida de oración hasta ese momento era la de un cristiano promedio. Pero ahora no solo yo estaba hablando con el Señor. Él estaba hablando conmigo. Y ¡oh, que comunión fue esa!
Poco me daba cuenta de que lo que me estaba pasando en la tercera fila de la Primera Iglesia Presbiteriana de Pittsburgh era solo la prueba de lo que Dios había planeado para el futuro.
Aquellas palabras sonaron en mis oídos. “Mi misericordia es abundante en ti”.
Me senté llorando y gimiendo. No había nada en mi vida que se comparara a lo que yo sentía. Yo estaba tan lleno y transformado por el Espíritu que no me importaba nada más. No me importaba si una bomba nuclear cayera en Pittsburgh y todo el mundo volara. En ese momento sentí lo que la Palabra dice, como “paz… que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7).
Jim me había hablado de los milagros en las reuniones de la señorita Kuhlman. Pero yo no tenía idea de lo que estaba a punto de ver en las próximas tres horas. Gente sorda, de repente oía. Una mujer se levantó de su silla de ruedas. Había testimonios de sanidad de tumores, artritis, dolores de cabeza, y más. Aun sus críticos más severos han reconocido las sanidades genuinas que ocurrieron en sus reuniones.
El servicio fue largo, pero parecía un momento fugaz. Nunca en mi vida había sido yo tan movido y tocado por el poder de Dios.

¿Por qué ella lloraba?
Mientras continuaba el servicio y yo oraba silenciosamente, todo se paró de momento. Yo pensé: “Por favor, Señor, permite que esta reunión nunca termine”.
Mire hacia arriba ara ver a Kathryn con su cabeza entre las manos al comenzar a sollozar. Ella lloró, y sollozó tan alto que todo se quedó quieto. La música paró. Los ujieres se quedaron pasmados donde estaban.
Todos tenían sus ojos puestos en ella. Y en cuanto a mí, yo no tenía idea de por qué ella lloraba. Nunca antes había visto a un ministro hacer eso. ¿Por qué ella lloraba? (Me dijeron más tarde que ella nunca había hecho eso antes, y miembros del personal todavía hoy lo recuerdan).
Continúo por lo que pareció ser como dos minutos. Luego echó su cabeza hacia atrás. Allí estaba ella, a solo unos cuantos pies en frente de mí. Sus ojos estaban encendidos. Ella estaba vehemente.
En aquel instante, con un denuedo que yo nunca antes había visto en ninguna persona, señalo con sus dedo hacia el frente con un tremendo poder y emoción –aun dolor. Si el diablo mismo hubiera estado allí, ella lo hubiera echado a un lado con solo una palmada.
Fue un momento de dimensión increíble. Todavía llorando, ella miró a la audiencia y dijo en intensa agonía: “Por favor”. Parecía estirar la palabra, “Po-or f-a-a-vor, no contristen al Espíritu Santo”.
Ella estaba implorando. Si puedes imaginarte a una madre implorando a un asesino que no le dispare a su bebe, así era. Ella imploró y pidió.
“Por favor”, sollozo, “no contristen al Espíritu Santo”.
Aun ahora puedo ver sus ojos. Era como si estuvieran mirando directamente hacia mí.
Y cuando lo dijo, uno podía dejar caer un alfiler y oírlo. Yo tenía miedo de respirar. No movía un musculo. Estaba agarrado del banco frente a mí, preguntándome que pasaría después.
Luego ella dijo: “¿No entienden? ¡Él es todo lo que yo tengo!”
Yo pensé, “¿De qué está hablando ella?”
Luego continuo su ruego apasionado, diciendo: “¡Por favor! No lo hieran. Él es todo lo que tengo. ¡No hieran a aquel a quien amo!”
Nunca olvidaré esas palabras. Todavía puedo recordar la intensidad de su respiración cunado ella las dijo.
En mi iglesia, el pastor hablaba del Espíritu Santo. Pero no así. Sus referencias tenían que ver con los dones, o lenguas o profecía – no de “Él es mi amigo más personal, más íntimo, más amado”. Kathryn Kuhlman me estaba hablando acerca de una persona que era más real que tú o yo.
Luego ella señaló con su dedo directamente hacia mí, y dijo con gran claridad “¡Él es más real que ninguna otra cosa en este mundo!”

Yo tengo que tenerlo
Cuando ella me miró y dijo esas palabras, algo literalmente me asió por dentro. Realmente me asió. Yo grité y dije “Yo tengo que tenerlo”.
Francamente, yo pensaba que todo el mundo en aquel servicio se sentiría exactamente en la misma forma que yo me sentía. Pero Dios tiene una forma de tratar con nosotros como individuos, y yo creo que aquel servicio fue para mí.
Por favor entiéndeme, como un cristiano más bien nuevo, yo no podía comenzar a comprender qué estaba pasando en aquel servicio. Pero no podía negar la realidad y el poder que sentí.
Y al concluir el servicio, mire a la mujer evangelista y vi lo que parecía ser una nube alrededor y sobre ella. Al principio pensé que mis ojos me estaban engañando. Pero allí estaba. Y su rostro brillaba como una luz a través de aquella nube.
Yo no creo ni por un momento que Dios estaba tratando de glorificar a la señorita Kuhlman. Pero si creo que El usó aquel servicio para revelarme Su poder.
Cuando se terminó el servicio, la multitud salió, pero yo no quería moverme. Había llegado corriendo, pero ahora solo quería sentarme y reflexionar en lo que acababa de pasar.
Lo que yo había sentido en aquel edificio era algo que mi vida personal no me ofrecía. Yo sabía que cuando regresara a mi hogar, la persecución continuaría.
Mi autoestima estaba prácticamente destruida por le impedimento de mi habla. Aun cuando era niño en los colegios católicos, mi impedimento me dejaba con casi nadie con quien hablar.
Aun cuando llegue a ser cristiano, tuve muy pocos amigos. Todo lo que tenía en la vida era Jesús. Y nada más en la vida tenía mucho significado. Yo no tenía un futuro prometedor. Mi familia prácticamente me había dado la espalda. Oh, yo sé que me amaban, pero mi decisión de servir a Cristo había creado un abismo que era demasiado profundo.
Me senté allí. Después de todo, ¿quién desea ir al infierno después de haber estado en el cielo?
Pero no había alternativa. El ómnibus estaba esperando y yo tenía que regresar. Me detuve al fondo de la iglesia por un momento más, pensando:” ¿Qué quería decir ella? ¿Qué estaba diciendo cuando habló sobre el Espíritu Santo?”
Durante el viaje de regreso a Toronto continuaba pensando: “Yo no sé lo que ella quiso decir”. Aun les pregunte a algunos en el ómnibus. Ellos no me lo podían decir porque tampoco lo entendían.
No es necesario decir, que cuando llegue al hogar, estaba totalmente exhausto. Con falta de dormir, horas en la carretera, y una experiencia espiritual que era como una montaña rusa, mi cuerpo estaba listo para descansar.
Pero no pude dormir. Mi cuerpo estaba cansado hasta los huesos, pero mi espíritu todavía estaba agitado como una serie interminable de volcanes dentro de mí.

CONOCIENDO LA PRESENCIA DE DIOS

¿Quién me está hablando?
Mientras descansaba en mi cama, sentí como que alguien me sacaba del colchón y me arrodillaba. Era una sensación rara, pero la sentía tan fuerte que no la podía resistir.
Allí estaba yo, en la oscuridad de aquel cuarto, de rodillas. Dios no había terminado conmigo todavía, y yo respondí a Su guianza.
Yo sabía lo que deseaba decir, pero no sabía claramente como decirlo. Lo que deseaba era lo que aquella sierva de Dios en Pittsburgh tenía. Pensé, “Yo deseo lo que tiene Kathryn Kuhlman”. Lo deseaba con cada átomo y fibra de mí ser. Tenía hambre de lo que ella estaba hablando –aunque yo no lo entendía.
Sí, yo sabía lo que deseaba decir pero no sabía decirlo. Así que decidí pedirlo en la única forma que yo sabía –en mis propias palabras simples.
Deseaba dirigirme al Espíritu Santo, pero nunca antes lo había hecho. Pensé: “¿Estoy yo haciendo esto correctamente?” Después de todo; nunca había hablado al Espíritu Santo. Nunca pensé que Él era una persona a quien uno se podía dirigir. No sabía cómo empezar la oración, pero yo sabía lo que estaba dentro de mí. Todo lo que deseaba era conocerlo en la forma que ella lo conocía.
Y así fue como oré: “Espíritu Santo, Kathryn Kuhlman dice que tú eres su amigo” –continué despacio-, “¿Puedo conocerte? ¿Realmente puedo conocerte?”
Me pregunté´: “¿Lo que yo estoy diciendo es correcto? ¿Debería yo hablar al Espíritu Santo así?” Luego pensé, “Si soy honesto en esto, Dios me mostrará si estoy bien o mal”. Si Kathryn estaba mal, yo quería saberlo.
Después que hablé al Espíritu Santo, nada parecía suceder. Comencé a preguntarme a mí mismo: “¿Hay realmente tal experiencia como conocer al Espíritu Santo? ¿Puede suceder realmente?”
Mis ojos estaban cerrados. Entonces, como por una corriente eléctrica, todo mi cuerpo comenzó a vibrar –exactamente como en las dos horas que esperé para entrar en la iglesia. Era el mismo temblor que había sentido durante la otra hora después que estuve dentro.
Había vuelto, y yo pensé: “Oh, está sucediendo otra vez”. Pero ahora no había multitudes. No ropa gruesa. Yo estaba en mi cuarto cómodo en mi pijama –vibrando de pies a cabeza.
Tenía temor de abrir los ojos. Ahora era como si todo lo que había pasado en el servicio viniera de nuevo en un momento. Yo estaba temblando, pero al mismo tiempo volví a sentir esa cubierta cálida del poder de Dios que me envolvía.
Me sentí como si hubiera sido trasladado al cielo. Por supuesto no lo había sido, pero, sinceramente, no creo que el cielo pueda ser mayor que eso. De hecho pensé: “Si abro los ojos me veré en Pittsburgh o dentro de las puertas de perla”.
Bueno, después de un rato, abrí los ojos, y para mi sorpresa estaba allí en mí mismo cuarto. El mismo piso, el mismo pijama; pero todavía estaba temblando con el poder del Espíritu de Dios.
Cuando finalmente me acosté a dormir aquella noche, todavía no me daba cuenta de lo que había comenzado en mi vida.

Las primeras palabras que hablé
Temprano, bien temprano en la mañana siguiente, yo estaba completamente despierto. Y no podía esperar para hablar con mi nuevo amigo.
Aquí están las primeras palabras de mi boca: “¡Buenos días, Espíritu Santo!”
Al mismo momento que yo hable aquellas palabras, la atmosfera gloriosa volvió a mi cuarto. Ahora, aunque yo no estaba vibrando o temblando, todo lo que sentía era Su presencia envolviéndome.
Al momento que dije, “Buenos días, Espíritu Santo”, yo sabía que Él estaba presente conmigo en el cuarto. No solamente fui llenado con el Espíritu aquella mañana, también cada vez que pasaba el tiempo en oración, recibía una llenura fresca.
La experiencia de la que hablo iba más allá del hablar lenguas, Si yo hablé en lenguaje celestial, pero era mucho más que eso. El Espíritu Santo se hizo real, vino a ser mi amigo. Mi compañero, mi consejero.
La primera cosa que hice aquella mañana fue abrir la Biblia. Yo quería estar seguro. Y mientras abría la Palabra, sabía que Él estaba allí conmigo como si estuviera sentado a mi lado. No, no vi su cara o su rostro. Pero sabía dónde Él estaba. Y comencé a conocer Su personalidad.
Desde ese momento en adelante para mí la Biblia tomo una nueva dimensión. Yo decía “Espíritu Santo, muéstramelo en la Palabra”. Yo deseaba saber por qué Él había venido, y El me guió a estas palabras: “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios no ha concedido” (1 Corintios 2:12).
Cuando le pregunte por que quería ser mi amigo, El me llevo a las palabras de Pablo: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu santo sean con todos vosotros” (2 Corintios 13:14).
La Biblia cobro vida. Nunca yo había entendido el impacto de esas palabras, “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6)
Una y otra vez, El confirmaba en la Palabra lo que Él estaba haciendo en mi vida. Por más de ocho horas aquel primer día, luego día a día, le llegaba a conocer más y más.
Mi vida de oración comenzó a cambiar. “Ahora” dije yo, “Espíritu Santo, como tú conoces al Padre tan bien, ¿me puedes ayudar a orar?” Y cuando comencé a orar, llego un momento donde súbitamente el Padre era más real de lo que había sido antes. Fue como si alguien hubiera abierto una puerta y dicho, “Aquí está Él”.

Mi maestro, mi Guía
La realidad de la paternidad de Dios se hizo más clara que lo que yo había conocido antes. Un fue por leer un libro, o seguir una formula –A, B, C. Fue solo pidiéndole al Espíritu Santo que me abriera la Palabra. Y Él lo hizo.
“Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:14-15)
Comencé a comprender todo lo que Jesús dijo acerca del Espíritu Santo. Él era mi consolador, mi maestro, mi guía. Entendí por primera vez lo que Jesús quiso decir cuando le dijo a Sus discípulos: “Síganme”. Luego un día Él dijo: “No me sigáis, porque a donde yo voy vosotros no podéis venir”. Él les dijo “Pero el Espíritu Santo, El los guiará”.
¿Qué estaba haciendo? Cristo les estaba dando a ellos otro líder. Otro a quien seguir
Mi estudio de las Escrituras siguió día tras día por semanas –hasta que todas mis preguntas fueron contestadas. Todo ese tiempo yo estaba conociendo mejor al Espíritu Santo. Y esa comunión nunca ha cesado hasta el día de hoy. Me di cuenta de que Él estaba aquí conmigo. Y mi vida entera ha sido transformada. Creo que la tuya también lo será.

Hoy cuando me levanto, digo otra vez: “Buenos días, Espíritu Santo”.

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