Capítulo 1
“¿Puedo conocerte realmente?”
|
Tres días antes de la Navidad de 1973. El sol todavía
estaba saliendo en aquella mañana fría y nebulosa de Toronto.
De repente
Él estaba allí. El Espíritu Santo entro en mi cuarto. Él era tan real para mi
aquella mañana como lo es para usted el libro que tiene en sus manos.
En las
ocho horas siguientes, tuve una experiencia con el Espíritu Santo. Cambió el
curso de mi vida. Lágrimas de asombro y gozo rodaron por mis mejillas al abrir
las Escrituras y El me dio las respuestas a mis preguntas.
Parecía
que mi cuarto se había elevado al hemisferio del cielo. Y yo quería quedarme
allí para siempre. Había acabado de cumplir veintiún años, y esta visitación
fue el mejor regalo de cumpleaños o Navidad que jamás yo haya recibido.
Al final del pasillo estaban mi mama y mi
papa. Ellos posiblemente nunca entenderán lo que le estaba pasando a su Benny.
En realidad, si ellos hubieran sabido lo que yo estaba experimentando, podría
haber sido el punto de rompimiento de una familia que ya estaba al borde de
desmoronarse. Por casi dos años –desde el día que yo le di mi vida a Jesús- no
había comunicación entre mis padres y yo. Era horrible. Como el hijo de una
familia inmigrante de Israel, yo había
humillado la familia rompiendo la tradición. Ninguna otra cosa en mi vida había
sido tan devastadora.
En mi cuarto, sin embargo, había puro
gozo. Si, era inefable. Si ¡estaba lleno de gloria! Si se me hubiera dicho solo
cuarenta y ocho horas antes lo que estaba a punto de pasarme, yo habría dicho:
“ De ninguna manera”. Pero desde ese momento, el Espíritu Santo se hizo vida en
mí. Ya Él no era la lejana “tercera persona” de la Trinidad. Él era real. Tenía
personalidad.
Y ahora yo lo quiero compartir contigo.
Mi amigo, si estás listo para comenzar una
relación personal con el Espíritu Santo que sobrepasa todo lo que has soñado
posible, continua leyendo. Si no, déjame sugerirte que cierres la cubierta de
este libro para siempre. Así es. ¡Cierra el libro! Porque lo que estoy a punto
de compartir transformara tu vida espiritual.
De repente te sucederá a ti. Puede que sea
cuando estés leyendo. Quizás cuando estés orando. O cuando vayas de camino a tu
trabajo. El Espíritu Santo va a responder a tu invitación. Él va a llegar a ser
tu amigo más íntimo, tu guía, tu consolador, el compañero de toda tu vida. Y
cuando tú y Él se encuentren, dirás: “¡Benny! ¡Déjame decirte lo que el
Espíritu ha estado haciendo en mi vida!”
EL PODER DE DIOS REVELADO
Una noche corta en
Pittsburgh
Un amigo mío, Jim Poynter, me había pedido que fuera con él
en un ómnibus fletado a Pittsburgh, Pensilvania. Había conocido a este ministro
metodista libre en la iglesia que yo asistía. El grupo iba a una reunión de una
evangelista que sanaba, Kathryn Kuhlman.
Sinceramente,
sabía muy poco de su ministerio. Yo la había visto en televisión, y ella me
había disgustado totalmente. Pensé que hablaba gracioso y lucía un poco
extraña. Así que no estaba lleno de expectación.
Pero Jim
era mi amigo, y yo no quería defraudarlo.
En el ómnibus le dije a Jim: “Jim tu jamás sabrás el mal
rato que tuve con mi padre sobre este viaje”. Después de mi conversión, mis
padres hicieron todo lo que pudieron para que yo no fuera a la iglesia. ¿Y ahora un viaje a Pittsburgh?
Estaba fuera de la posibilidad, pero refunfuñando me dieron permio.
Salimos de
Pittsbugh el jueves a media mañana. Y lo que pudo haber sido un viaje de siete
horas se tardó más por la abrupta tormenta de nieve. NO llegamos a nuestro
hotel hasta la una de la mañana.
Entonces
Jim dijo: “Benny, tenemos que levantarnos a las cinco”.
“¿Cinco de
esta mañana?” pregunte yo. “¿Para qué?”
Él me dijo
que si no estábamos a las puertas del edificio para las seis, no conseguiríamos
asiento.
Bueno, yo
no lo podía creer. ¿Quién ha oído jamás de estar parado en el frio helado antes
de salir el sol par air a la iglesia? Pero él dijo que eso era lo que teníamos
que hacer.
El frio
era glacial. A las cinco me levante y me puse toda la ropa que pude encontrar,
botas, guantes. Parecía un esquimal.
Llegamos a
la Primera Iglesia Presbiteriana, en el centro de Pittsburgh, mientras todavía
estaba oscuro. Pero lo que me asombró fue que cientos de personas ya estaban
allí. Y las puertas no se abrirían hasta dos horas más tarde.
Ser pequeño tiene algunas ventajas. Yo comencé a abrirme
paso más y más hacia las puertas –y halando a Jim detrás de mí. Aun había gente
durmiendo en los escalones del frente. Una mujer me dijo, “Ellos han estado
aquí toda la noche. Es así cada semana”.
Cuando
estaba parado allí, de repente comencé a vibrar –como si alguien hubiera
agarrado mi cuerpo y comenzado a sacudirlo.
Por un
momento pensé que el frio glacial me había invadido. Pero yo estaba vestido con
ropas dobles y ciertamente no tenía frio. Un sacudimiento incontrolable vino sobre
mí.
Nunca
antes nada como eso me había pasado. Y yo no paraba. Estaba demasiado
avergonzado para decírselo a Jim, pero yo podía sentir mis huesos crujiendo. Lo
sentía en mis rodillas. En mi boca. “¿Qué
me está pasando? –me preguntaba-. ¿Es
este el poder de Dios?” Yo no entendía.
Corriendo a través de
la iglesia
Para entonces las puertas estaban a punto de abrirse, y la
multitud presionaba hacia adelante hasta apenas yo podía moverme. Aun la
vibración no paraba.
Jim me
dijo: “Benny, cuando esas puertas se abran corre tan rápido como puedas”.
“¿Por
qué?” pregunté.
“Si no
corres, ellos correrán sobre ti”. Él había estado allí antes y sabía que
esperar.
Bueno,
nunca pensé que estaría en una carrera yendo a la iglesia, pero allí estaba yo.
Y cuando aquellas puertas se abrieron, Salí como un corredor olímpico. Pasé a
todo el mundo: mujeres ancianas, hombres jóvenes, a todos ellos. De hecho,
llegue a la fila del frente y traté de sentarme. Un ujier me dijo que la
primera fila estaba reservada. Más tarde supe que el personal de la señorita
Kuhlman escogía las personas que se sentaban al frente. Ella era tan sensible
al Espíritu que quería solo los que la apoyaban con oración positiva al frente
de ella.
Con mi
problema de tartamudo severo, sabía que sería en vano discutir con el ujier. La
segunda fila ya estaba llena, pero Jim y yo encontramos lugar en la tercera
fila.
Pasaría
otra hora en lo que comenzaba el servicio, así que me quite mi abrigo, mis
guantes y mis botas. Mientras descansaba, me di cuenta de que estaba temblando
más que al principio. No paraba. Las vibraciones iban a través de mis brazos y
piernas como si yo estuviera conectado a una clase de máquina. La experiencia
era extraña para mí. Para ser sincero, yo estaba asustado.
Mientras
tocaban el órgano, todo lo que yo podía pensar era el temblor de mi cuerpo. No
era una sensación de “enfermedad”. No era como si yo estuviera contrayendo un
catarro o virus. De hecho, mientras seguía, más hermoso era. Era una sensación
rara que no parecía física del todo.
En ese
momento, casi de ninguna parte, apareció Kathryn Kuhlman. En un instante, la
atmosfera de ese edificio se cargó. Yo no sabía que esperar. Yo no sentía nada
alrededor de mí. Ni voces. Ni ángeles celestiales cantando. Nada. Todo lo que sabía
era que había estado temblando por tres horas.
Luego al
comenzar los cantos, me hallé a mí mismo haciendo algo que nunca esperé hacer.
Yo estaba en pie. Mis manos estaban levantadas, y lágrimas corrían por mis
mejillas mientras cantábamos “Cuan grande es El”.
Era como
si yo hubiera explotado. Nunca antes habían salido lágrimas de mis ojos tan
rápido. ¡Hablar de éxtasis! Fue un sentimiento de gloria intensa.
Yo no
estaba cantando en la forma que normalmente canto en la iglesia. Cantaba con
todo mí ser. Y cuando llegamos a las palabras, “mi corazón entona la canción”,
literalmente las cante con el alma.
Yo estaba
tan absorto en el Espíritu de ese himno, que tomó unos minutos para que me
diera cuenta de que mi temblor había parado completamente.
Pero la atmosfera
de aquel servicio continuaba. Pensé que yo había sido totalmente arrebatado en
un éxtasis. Estaba adorando más allá de todo lo que jamás había experimentado.
Era como estar cara a cara con la verdad espiritual pura. No sé si alguien más
lo sintió o no, pero yo lo sentí.
En mi
joven experiencia cristiana, Dios había tocado mi vida, pero nunca como Él me
estaba tocando ese día.
Como una ola
Mientras estaba parado allí, adorando al Señor, abrí mis
ojos para mirar alrededor, porque súbitamente sentí una corriente. Y yo no
sabía de donde venía. Era suave, lenta, como la brisa.
Miré los
vitrales en las ventanas. Pero todas estaban cerradas. Y eran demasiado altas
para permitir tal corriente.
La brisa rara que sentí, sin embargo, era
más como una ola. La sentí bajar en un brazo y subir en el otro. De hecho, la
sentía moverse.
¿Qué estaba pasando? ¿Tendría yo alguna
vez el valor para decirle a alguien lo que sentía? Pensarían que perdí la
razón.
Por lo que pareció diez minutos, las olas
de aquel viento continuaron levantándome. Y luego sentí como si alguien hubiera
cubierto mi cuerpo con una cubierta pura –una frezada de afecto.
Kathryn comenzó a ministrar a la gente,
pero yo estaba tan absorto en el Espíritu que realmente no me importaba. El
Señor estaba más cerca de mí de lo que jamás había estado.
Sentí que necesitaba hablar con el Señor,
pero todo lo que podía decir era: “Querido Jesús, por favor, ten misericordia
de mi”. Lo dije otra vez: “Jesús, por favor, ten misericordia de mi”.
Me sentí tan indigno.
Me sentí como Isaías cundo entró en la
presencia del Señor.
¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo
hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios
inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehova de los ejércitos (Isaías 6:5).
La misma cosa pasó cuando la gente vio a
Cristo. Inmediatamente vieron su propia suciedad, su necesidad de limpieza.
Eso fue lo que me pasó a mí. Fue como si
una luz gigantesca estuviera alumbrando sobre mí. Todo lo que yo podía ver eran
mis debilidades, mis faltas y mis pecados.
Una y otra vez decía: “Querido Jesús, por
favor, ten misericordia de mi”:
Entonces oí una voz que yo no sabía que
tenía que ser el Señor. Era tan gentil, ero era inconfundible. Me dijo: “Mi
misericordia es abundante en ti”.
Mi vida de oración hasta ese momento era
la de un cristiano promedio. Pero ahora no solo yo estaba hablando con el
Señor. Él estaba hablando conmigo. Y ¡oh, que comunión fue esa!
Poco me daba cuenta de que lo que me
estaba pasando en la tercera fila de la Primera Iglesia Presbiteriana de
Pittsburgh era solo la prueba de lo que Dios había planeado para el futuro.
Aquellas palabras sonaron en mis oídos.
“Mi misericordia es abundante en ti”.
Me senté llorando y gimiendo. No había
nada en mi vida que se comparara a lo que yo sentía. Yo estaba tan lleno y
transformado por el Espíritu que no me importaba nada más. No me importaba si
una bomba nuclear cayera en Pittsburgh y todo el mundo volara. En ese momento
sentí lo que la Palabra dice, como “paz… que sobrepasa todo entendimiento”
(Filipenses 4:7).
Jim me había hablado de los milagros en
las reuniones de la señorita Kuhlman. Pero yo no tenía idea de lo que estaba a
punto de ver en las próximas tres horas. Gente sorda, de repente oía. Una mujer
se levantó de su silla de ruedas. Había testimonios de sanidad de tumores,
artritis, dolores de cabeza, y más. Aun sus críticos más severos han reconocido
las sanidades genuinas que ocurrieron en sus reuniones.
El servicio fue largo, pero parecía un
momento fugaz. Nunca en mi vida había sido yo tan movido y tocado por el poder
de Dios.
¿Por qué ella lloraba?
Mientras continuaba el servicio y yo oraba silenciosamente,
todo se paró de momento. Yo pensé: “Por favor, Señor, permite que esta reunión
nunca termine”.
Mire hacia arriba ara ver a Kathryn con su
cabeza entre las manos al comenzar a sollozar. Ella lloró, y sollozó tan alto
que todo se quedó quieto. La música paró. Los ujieres se quedaron pasmados
donde estaban.
Todos tenían sus ojos puestos en ella. Y
en cuanto a mí, yo no tenía idea de por qué ella lloraba. Nunca antes había
visto a un ministro hacer eso. ¿Por qué ella lloraba? (Me dijeron más tarde que
ella nunca había hecho eso antes, y miembros del personal todavía hoy lo
recuerdan).
Continúo por lo que pareció ser como dos
minutos. Luego echó su cabeza hacia atrás. Allí estaba ella, a solo unos
cuantos pies en frente de mí. Sus ojos estaban encendidos. Ella estaba vehemente.
En aquel instante, con un denuedo que yo
nunca antes había visto en ninguna persona, señalo con sus dedo hacia el frente
con un tremendo poder y emoción –aun dolor. Si el diablo mismo hubiera estado
allí, ella lo hubiera echado a un lado con solo una palmada.
Fue un momento de dimensión increíble.
Todavía llorando, ella miró a la audiencia y dijo en intensa agonía: “Por
favor”. Parecía estirar la palabra, “Po-or f-a-a-vor, no contristen al Espíritu Santo”.
Ella estaba implorando. Si puedes
imaginarte a una madre implorando a un asesino que no le dispare a su bebe, así
era. Ella imploró y pidió.
“Por favor”, sollozo, “no contristen al Espíritu
Santo”.
Aun ahora puedo ver sus ojos. Era como si
estuvieran mirando directamente hacia mí.
Y cuando lo dijo, uno podía dejar caer un
alfiler y oírlo. Yo tenía miedo de respirar. No movía un musculo. Estaba
agarrado del banco frente a mí, preguntándome que pasaría después.
Luego ella dijo: “¿No entienden? ¡Él es todo lo que yo tengo!”
Yo pensé, “¿De qué está hablando ella?”
Luego continuo su ruego apasionado,
diciendo: “¡Por favor! No lo hieran. Él es
todo lo que tengo. ¡No hieran a aquel a quien amo!”
Nunca olvidaré esas palabras. Todavía puedo
recordar la intensidad de su respiración cunado ella las dijo.
En mi iglesia, el pastor hablaba del Espíritu
Santo. Pero no así. Sus referencias tenían que ver con los dones, o lenguas o profecía
– no de “Él es mi amigo más personal, más íntimo, más amado”. Kathryn Kuhlman
me estaba hablando acerca de una persona que era más real que tú o yo.
Luego ella señaló con su dedo directamente
hacia mí, y dijo con gran claridad “¡Él es más real que ninguna otra cosa en
este mundo!”
Yo tengo que tenerlo
Cuando ella me miró y dijo esas palabras, algo literalmente
me asió por dentro. Realmente me asió. Yo grité y dije “Yo tengo que tenerlo”.
Francamente, yo pensaba que todo el mundo
en aquel servicio se sentiría exactamente en la misma forma que yo me sentía. Pero
Dios tiene una forma de tratar con nosotros como individuos, y yo creo que
aquel servicio fue para mí.
Por favor entiéndeme, como un cristiano más
bien nuevo, yo no podía comenzar a comprender qué estaba pasando en aquel
servicio. Pero no podía negar la realidad y el poder que sentí.
Y al concluir el servicio, mire a la mujer
evangelista y vi lo que parecía ser una nube alrededor y sobre ella. Al
principio pensé que mis ojos me estaban engañando. Pero allí estaba. Y su
rostro brillaba como una luz a través de aquella nube.
Yo no creo ni por un momento que Dios
estaba tratando de glorificar a la señorita Kuhlman. Pero si creo que El usó
aquel servicio para revelarme Su poder.
Cuando se terminó el servicio, la multitud
salió, pero yo no quería moverme. Había llegado corriendo, pero ahora solo quería
sentarme y reflexionar en lo que acababa de pasar.
Lo que yo había sentido en aquel edificio
era algo que mi vida personal no me ofrecía. Yo sabía que cuando regresara a mi
hogar, la persecución continuaría.
Mi autoestima estaba prácticamente destruida
por le impedimento de mi habla. Aun cuando era niño en los colegios católicos,
mi impedimento me dejaba con casi nadie con quien hablar.
Aun cuando llegue a ser cristiano, tuve
muy pocos amigos. Todo lo que tenía en la vida era Jesús. Y nada más en la vida
tenía mucho significado. Yo no tenía un futuro prometedor. Mi familia prácticamente
me había dado la espalda. Oh, yo sé que me amaban, pero mi decisión de servir a
Cristo había creado un abismo que era demasiado profundo.
Me senté allí. Después de todo, ¿quién
desea ir al infierno después de haber estado en el cielo?
Pero no había alternativa. El ómnibus estaba
esperando y yo tenía que regresar. Me detuve al fondo de la iglesia por un
momento más, pensando:” ¿Qué quería decir ella? ¿Qué estaba diciendo cuando
habló sobre el Espíritu Santo?”
Durante el viaje de regreso a Toronto
continuaba pensando: “Yo no sé lo que ella quiso decir”. Aun les pregunte a
algunos en el ómnibus. Ellos no me lo podían decir porque tampoco lo entendían.
No es necesario decir, que cuando llegue
al hogar, estaba totalmente exhausto. Con falta de dormir, horas en la
carretera, y una experiencia espiritual que era como una montaña rusa, mi
cuerpo estaba listo para descansar.
Pero no pude dormir. Mi cuerpo estaba
cansado hasta los huesos, pero mi espíritu todavía estaba agitado como una
serie interminable de volcanes dentro de mí.
CONOCIENDO LA PRESENCIA DE DIOS
¿Quién me está
hablando?
Mientras descansaba en mi cama, sentí como que alguien me
sacaba del colchón y me arrodillaba. Era una sensación rara, pero la sentía tan
fuerte que no la podía resistir.
Allí estaba yo, en la oscuridad de aquel
cuarto, de rodillas. Dios no había terminado conmigo todavía, y yo respondí a
Su guianza.
Yo sabía lo que deseaba decir, pero no sabía
claramente como decirlo. Lo que deseaba era lo que aquella sierva de Dios en
Pittsburgh tenía. Pensé, “Yo deseo lo que tiene Kathryn Kuhlman”. Lo deseaba
con cada átomo y fibra de mí ser. Tenía hambre de lo que ella estaba hablando –aunque
yo no lo entendía.
Sí, yo sabía lo que deseaba decir pero no sabía
decirlo. Así que decidí pedirlo en la única forma que yo sabía –en mis propias
palabras simples.
Deseaba dirigirme al Espíritu Santo, pero
nunca antes lo había hecho. Pensé: “¿Estoy yo haciendo esto correctamente?” Después
de todo; nunca había hablado al Espíritu Santo. Nunca pensé que Él era una persona
a quien uno se podía dirigir. No sabía cómo empezar la oración, pero yo sabía
lo que estaba dentro de mí. Todo lo que deseaba era conocerlo en la forma que
ella lo conocía.
Y así fue como oré: “Espíritu Santo,
Kathryn Kuhlman dice que tú eres su amigo” –continué despacio-, “¿Puedo
conocerte? ¿Realmente puedo conocerte?”
Me pregunté´: “¿Lo que yo estoy diciendo
es correcto? ¿Debería yo hablar al Espíritu Santo así?” Luego pensé, “Si soy
honesto en esto, Dios me mostrará si estoy bien o mal”. Si Kathryn estaba mal,
yo quería saberlo.
Después que hablé al Espíritu Santo, nada
parecía suceder. Comencé a preguntarme a mí mismo: “¿Hay realmente tal
experiencia como conocer al Espíritu Santo? ¿Puede suceder realmente?”
Mis ojos estaban cerrados. Entonces, como
por una corriente eléctrica, todo mi cuerpo comenzó a vibrar –exactamente como
en las dos horas que esperé para entrar en la iglesia. Era el mismo temblor que
había sentido durante la otra hora después que estuve dentro.
Había vuelto, y yo pensé: “Oh, está
sucediendo otra vez”. Pero ahora no había multitudes. No ropa gruesa. Yo estaba
en mi cuarto cómodo en mi pijama –vibrando de pies a cabeza.
Tenía temor de abrir los ojos. Ahora era
como si todo lo que había pasado en el servicio viniera de nuevo en un momento.
Yo estaba temblando, pero al mismo tiempo volví a sentir esa cubierta cálida
del poder de Dios que me envolvía.
Me sentí como si hubiera sido trasladado
al cielo. Por supuesto no lo había sido, pero, sinceramente, no creo que el
cielo pueda ser mayor que eso. De hecho pensé: “Si abro los ojos me veré en
Pittsburgh o dentro de las puertas de perla”.
Bueno, después de un rato, abrí los ojos,
y para mi sorpresa estaba allí en mí mismo cuarto. El mismo piso, el mismo
pijama; pero todavía estaba temblando con el poder del Espíritu de Dios.
Cuando finalmente me acosté a dormir
aquella noche, todavía no me daba cuenta de lo que había comenzado en mi vida.
Las primeras palabras
que hablé
Temprano, bien temprano en la mañana siguiente, yo estaba
completamente despierto. Y no podía esperar para hablar con mi nuevo amigo.
Aquí están las primeras palabras de mi
boca: “¡Buenos días, Espíritu Santo!”
Al mismo momento que yo hable aquellas
palabras, la atmosfera gloriosa volvió a mi cuarto. Ahora, aunque yo no estaba vibrando
o temblando, todo lo que sentía era Su presencia envolviéndome.
Al momento que dije, “Buenos días, Espíritu
Santo”, yo sabía que Él estaba presente conmigo en el cuarto. No solamente fui
llenado con el Espíritu aquella mañana, también cada vez que pasaba el tiempo
en oración, recibía una llenura fresca.
La experiencia de la que hablo iba más allá del hablar lenguas, Si yo hablé en lenguaje celestial, pero era
mucho más que eso. El Espíritu Santo se hizo real, vino a ser mi amigo. Mi compañero,
mi consejero.
La primera cosa que hice aquella mañana
fue abrir la Biblia. Yo quería estar seguro. Y mientras abría la Palabra, sabía
que Él estaba allí conmigo como si estuviera sentado a mi lado. No, no vi su
cara o su rostro. Pero sabía dónde Él estaba. Y comencé a conocer Su
personalidad.
Desde ese momento en adelante para mí la
Biblia tomo una nueva dimensión. Yo decía “Espíritu Santo, muéstramelo en la
Palabra”. Yo deseaba saber por qué Él había venido, y El me guió a estas
palabras: “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu
que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios no ha concedido” (1
Corintios 2:12).
Cuando le pregunte por que quería ser mi
amigo, El me llevo a las palabras de Pablo: “La gracia del Señor Jesucristo, el
amor de Dios, y la comunión del Espíritu santo sean con todos vosotros” (2
Corintios 13:14).
La Biblia cobro vida. Nunca yo había entendido
el impacto de esas palabras, “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu,
ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6)
Una y otra vez, El confirmaba en la
Palabra lo que Él estaba haciendo en mi vida. Por más de ocho horas aquel
primer día, luego día a día, le llegaba a conocer más y más.
Mi vida de oración comenzó a cambiar. “Ahora”
dije yo, “Espíritu Santo, como tú conoces al Padre tan bien, ¿me puedes ayudar
a orar?” Y cuando comencé a orar, llego un momento donde súbitamente el Padre
era más real de lo que había sido antes. Fue como si alguien hubiera abierto
una puerta y dicho, “Aquí está Él”.
Mi maestro, mi Guía
La realidad de la paternidad de Dios se hizo más clara que
lo que yo había conocido antes. Un fue por leer un libro, o seguir una formula –A,
B, C. Fue solo pidiéndole al Espíritu Santo que me abriera la Palabra. Y Él lo
hizo.
“Todos los que son guiados por el Espíritu
de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de
esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de
adopción, por el cual clamamos ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:14-15)
Comencé a comprender todo lo que Jesús
dijo acerca del Espíritu Santo. Él era mi consolador, mi maestro, mi guía. Entendí
por primera vez lo que Jesús quiso decir cuando le dijo a Sus discípulos: “Síganme”.
Luego un día Él dijo: “No me sigáis, porque a donde yo voy vosotros no podéis
venir”. Él les dijo “Pero el Espíritu Santo, El los guiará”.
¿Qué estaba haciendo? Cristo les estaba
dando a ellos otro líder. Otro a quien seguir
Mi estudio de las Escrituras siguió día
tras día por semanas –hasta que todas mis preguntas fueron contestadas. Todo ese
tiempo yo estaba conociendo mejor al Espíritu Santo. Y esa comunión nunca ha
cesado hasta el día de hoy. Me di cuenta de que Él estaba aquí conmigo. Y mi
vida entera ha sido transformada. Creo que la tuya también lo será.
Hoy cuando me levanto, digo otra vez: “Buenos días, Espíritu Santo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario