viernes, 6 de octubre de 2017

Libro: POEMAS DE DIOS [Alex Campos] Capitulo 2 - EL TIEMPO DE LA CRUZ

CAPÍTULO 2
El tiempo de la cruz

El tiempo ha pasado, ya no es lo mismo que ayer,
la oración la hemos cambiado por el juego, yo qué sé.
El tiempo ha cambiado, ha pasado el interés de aquella palabra que escrita dejó él.
Los tiempos han cambiado, qué pasó con el ayer,
el mensaje de la cruz, los milagros de poder.

Los tiempos han cambiado con referencia a la iglesia primitiva. Hoy es fácil llamarse cristiano, pero ser un verdadero discípulo de Cristo es otro cantar. No todos los que dicen ser cristianos lo son.

Pensando en esto escribí la canción «Es el tiempo de la cruz» cuando tenía veinte años. En esos días había sido impactado por varios mensajes que escuché, pero uno de ellos fue como un fuego que encendió mi vida. Nunca olvidaré aquella ocasión en que, sentado en el piso en casa de uno de mis amigos, las lágrimas corrían por mi rostro mientras escuchaba hablar a aquel predicador. La disertación tenía como título «El discipulado radical, completo y verdadero», un poderoso mensaje que me retó a ser diferente, a conquistar y no ser conquistado, a actuar distinto a los demás y así poder considerarme en realidad un discípulo de Jesús.

En ese mismo tiempo escuchaba muchos sermones que tenían diferentes fines, todos ellos muy buenos y positivos, pero no se predicaba de la cruz, de la vida en Cristo, sino que el mensaje de moda era sobre la prosperidad. No quiero decir que la prosperidad sea mala, pero no es el todo de un cristiano.

Creo que la prosperidad es algo que va en añadidura cuando vives y das tu vida por Jesús. Es como un negocio donde das algo, pero igual recibes. Cuando vives para Cristo y cada cosa que haces le da honor, Dios se encarga de tus negocios (salud, bienestar, prosperidad, familia, etc.). Por eso, al escuchar aquel llamado a ser un verdadero discípulo, me di cuenta de que lo que yo estaba buscando era la bendición y no al que bendice.

El tiempo ha pasado, ya no es lo mismo que ayer. Las Escrituras describen en Hechos 2:43-47 a la iglesia de los primeros días, sin embargo, creo que la misma poco a poco ha desaparecido en nuestro tiempo.

Aquella iglesia que era unida y llena del Espíritu Santo, donde se compartía el pan y se ayudaban mutuamente, sin peleas ni envidias, es difícil de encontrar. Al viajar por diferentes países, he observado un común denominador entre las congregaciones: la falta de unidad. Hay tanto celo, envidia y crítica entre nosotros, que deshonramos a Dios al hacer todo lo contrario a lo que nos ordenó. En Juan 17, Jesús menciona cinco veces la palabra unidad. Los versículos 22-23 afirman: «Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí».

La unidad que Dios requiere de nosotros está motivada por la unidad que Jesús tiene con el Padre.

Él no busca una unión a medias y por conveniencia, sino desea que alcancemos una perfección en la unidad, y que, por medio de la búsqueda de esa unión tan anhelada, el mundo pueda conocer el inagotable amor de Dios. No quiero entrar en la dinámica de criticar a la iglesia de Cristo y tampoco al liderazgo, pero sí animo a todo líder y consiervo a buscar con diligencia esa unidad que el Señor está esperando de su iglesia. Un pueblo unido es algo tan poderoso que el enemigo sabe que, si nos mantiene sumidos en contiendas y enojos, no representaremos una amenaza tan fuerte como la que seríamos al permanecer en unidad y ser de un mismo espíritu.

La oración la hemos cambiado por el juego. Hace unos años atrás tuve una conversación con el pastor de una congregación en Bogotá, quien con un tono de resignación y un poco de tristeza me decía que los jóvenes de la iglesia eran muy difíciles de liderar, ya que no había ningún compromiso de parte de ellos. Me contaba que, irónicamente, para motivarlos a ayunar los animaba a venir prometiéndoles refrigerios; para que se involucraran en alguna actividad precisaba siempre estar negociando con algo que los enganchara. No podía creer todo lo que escuchaba. Aquel querido pastor me había invitado porque deseaba traerles algo juvenil que los atrajera y con lo que ellos pudieran identificarse. Pensaba que debido a que yo era joven y mi música resultaba moderna sería una buena opción para un programa de sábado en la reunión de jóvenes. Al conocer la situación, entendí que en especial en los jóvenes se ha perdido la práctica de disciplinas como el ayuno y la oración, con todos los beneficios que estas conllevan. Muchos buscan cosas que sean más asombrosas y que contengan un movimiento de las emociones más especial.

En la actualidad queremos actuar motivados por las emociones, no por obediencia y disciplina, algo que observé repetidas veces en las diferentes iglesias que visité. Así que en ese momento empezamos a dar conciertos que se llamaban «El tiempo de la cruz». Luego de tres horas de experimentar una gran unción, los chicos salían con el desafío poderoso de ser discípulos y cristianos verdaderos, dejando de comportarse como un montón de seguidores tibios que se sentaban en las bancas de las iglesias. Me sorprendía ver que muchos líderes solo estaban esperando buena música y un bonito mensaje, pero se asombraban al observar a los mismos chicos rebeldes y sin ningún compromiso, mostrar ahora lágrimas en sus ojos y decirle que sí al llamado radical de Jesús a sus vidas.

Muchos de nosotros hemos cambiado la búsqueda del rostro de Dios en secreto, la oración y el ayuno por diferentes actividades que solo nos distraen, pero no nos llevan más allá de ser cristianos del montón.

El tiempo ha cambiado, ha pasado el interés de aquella palabra que escrita dejó él. Hace unos años, después de estar ahorrando por varios meses, pude comprar un jacuzzi para nuestro hogar. Mi esposa y yo lo habíamos visto en los Estados Unidos e hicimos un esfuerzo incluso para trasportarlo a Colombia. Cuando por fin llegó a casa, la alegría fue increíble; teníamos preparado con anterioridad un lugar especial donde ponerlo, todo estaba listo.

Mientras lo desempacábamos, la emoción creció entre nosotros, en verdad, habíamos invitado a toda la familia para ver este sueño hecho realidad y que nos ayudaran a instalarlo. Notamos sin mucha importancia que aquel objeto traía un manual y diferentes químicos para el agua. A la verdad sabía un poco de los químicos, así que ignoré por completo el aburrido manual, que para colmo estaba en inglés, aunque creo que si hubiera estado escrito en español tampoco le habría prestado mucho interés.

Después de colocarlo en su lugar lo empezamos a llenar, y una vez lleno nos dispusimos a conectarlo, pero entonces nos dimos cuenta de que necesitaba una toma especial, lo cual retrasó la inauguración que todos esperábamos. Luego de que alguien viniera e hiciera la conexión apropiada, lo encendí para que se fuera calentando. Me percaté de que había unos pequeños tubos para medir el nivel de PH y cloro del agua, así que calculé a ojo y según mi gusto la cantidad de cada líquido que debía aplicar. El panel de control también tenía varios botones, pero a mí el que me interesaba era el de apagar y encender, el resto no me preocupaba. Cuando al fin se calentó el agua, no dudamos un instante de que ya era hora de meternos, de modo que entramos.

Después de unos minutos todos teníamos los ojos rojos, pero no le prestamos atención, pues la emoción era tan grande que esto carecía de importancia. Así transcurrió cada día de esa semana, salíamos del jacuzzi con los ojos rojos e irritados, por lo que mi esposa me aconsejó que trajéramos a un experto que nos guiara en cuanto al manejo de los químicos y que le diera una leída al manual, pero como un buen hombre latino, le dije que no necesitábamos llamar a nadie. «Yo sé lo que estoy haciendo», le aseguré.

Pasaron algunas semanas y mi guitarrista, Javier Serrano, se iba a casar, así que organicé una reunión en casa con los chicos de la banda para celebrar su despedida de soltero. La reunión terminó con algunos del grupo metidos en el jacuzzi. Esa mañana había notado que el agua tenía un color verdoso, de modo que apliqué en porciones mayores todos los líquidos para tratar de aclarar el agua, a fin de que en la noche el que quisiera usarlo lo pudiera hacer. El primero que entró al agua fue precisamente Javier, el que se casaba al otro día, y luego lo hicieron dos más.

Después de unos minutos no podían ni abrir los ojos y uno de ellos dijo: «Creo que tiene mucho cloro», pero ninguno salió del agua, sino que hicieron una competencia para ver quién duraba más tiempo debajo de aquella agua caliente. Cuando sacaron la cabeza, sus rostros estaban rojos y ya no podían abrir los ojos, y al acercarme para ver si se encontraban bien, noté que las cabeceras que eran de un material especial se estaban derritiendo. Les dije: «Creo que es mejor que salgan, pues algo no está bien». Mis compañeros tenían toda la piel roja, ya que se habían quemado con el cloro tan fuerte. Javier tuvo que aplicarse muchas cosas para tratar de disimular el color rojo de su cara. Él creyó que yo había organizado todo de esa forma para que nunca olvidara su despedida de soltero.

Después de unos días, el agua empeoró y llamé a un técnico para que viniera a arreglar mi jacuzzi, quien luego de cambiarle el agua y colocarle las cantidades exactas de los químicos, me preguntó con una pequeña sonrisa burlona: «¿Usted leyó el manual?». Le respondí que no un poco avergonzado y él señaló: «Ese fue el error. Usted no puede comprar algo e ignorar todas las indicaciones del manual». Me recomendó que lo leyera, y después de buscarlo descubrí que también venía en español. ¡Cómo sería la falta de interés en el manual que ni siquiera me había percatado de que las instrucciones se encontraban escritas además en mi idioma!

Es obvia la enseñanza. Muchos hemos comenzado nuestro andar en la vida cristiana ignorando que hay un manual que nos enseña cómo debemos recorrer el camino que hemos elegido. Nos convertimos en personas que desean gozar de los beneficios de su Palabra sin tener que leerla y establecer una intimidad con el señor.

Cada día oro al Espíritu Santo que me guíe en la lectura de su Palabra, la cual afirma: «Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12).

Cuando permites que la Palabra de Dios penetre en tu vida, esta traerá luz y sabiduría a tu camino, y podrás decir como el salmista:

En tus decretos hallo mi deleite, y jamás olvidaré tu palabra.
Enséñame, SEÑOR, a seguir tus decretos, y los cumpliré hasta el fin.
Dame entendimiento para seguir tu ley, y la cumpliré de todo corazón.
Dirígeme por la senda de tus mandamientos, porque en ella encuentro mi solaz.
Inclina mi corazón hacia tus estatutos y no hacia las ganancias desmedidas.
Aparta mi vista de cosas vanas, dame vida conforme a tu palabra.
Confirma tu promesa a este siervo, como lo has hecho con los que te temen


(Salmo 119:16, 33-38).

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