CAPÍTULO 2
El tiempo de la cruz
El tiempo ha pasado, ya no es lo mismo que
ayer,
la oración la hemos cambiado por el juego,
yo qué sé.
El tiempo ha cambiado, ha pasado el interés
de aquella palabra que escrita dejó él.
Los tiempos han cambiado, qué pasó con el
ayer,
el mensaje de la cruz, los milagros de
poder.
Los tiempos han cambiado con referencia
a la iglesia primitiva. Hoy es fácil llamarse cristiano, pero ser un verdadero
discípulo de Cristo es otro cantar. No todos los que dicen ser cristianos lo
son.
Pensando en esto escribí la canción
«Es el tiempo de la cruz» cuando tenía veinte años. En esos días había sido
impactado por varios mensajes que escuché, pero uno de ellos fue como un fuego
que encendió mi vida. Nunca olvidaré aquella ocasión en que, sentado en el piso
en casa de uno de mis amigos, las lágrimas corrían por mi rostro mientras
escuchaba hablar a aquel predicador. La disertación tenía como título «El
discipulado radical, completo y verdadero», un poderoso mensaje que me retó a ser
diferente, a conquistar y no ser conquistado, a actuar distinto a los demás y
así poder considerarme en realidad un discípulo de Jesús.
En ese mismo tiempo escuchaba muchos
sermones que tenían diferentes fines, todos ellos muy buenos y positivos, pero no
se predicaba de la cruz, de la vida en Cristo, sino que el mensaje de moda era
sobre la prosperidad. No quiero decir que la prosperidad sea mala, pero no es
el todo de un cristiano.
Creo que la prosperidad es algo que
va en añadidura cuando vives y das tu vida por Jesús. Es como un negocio donde
das algo, pero igual recibes. Cuando vives para Cristo y cada cosa que haces le
da honor, Dios se encarga de tus negocios (salud, bienestar, prosperidad, familia,
etc.). Por eso, al escuchar aquel llamado a ser un verdadero discípulo, me di
cuenta de que lo que yo estaba buscando era la bendición y no al que bendice.
El tiempo ha pasado, ya no es lo mismo que ayer. Las Escrituras describen
en Hechos 2:43-47 a la iglesia de los primeros días, sin embargo, creo que la
misma poco a poco ha desaparecido en nuestro tiempo.
Aquella iglesia que era unida y
llena del Espíritu Santo, donde se compartía el pan y se ayudaban mutuamente,
sin peleas ni envidias, es difícil de encontrar. Al viajar por diferentes
países, he observado un común denominador entre las congregaciones: la falta de
unidad. Hay tanto celo, envidia y crítica entre nosotros, que deshonramos a
Dios al hacer todo lo contrario a lo que nos ordenó. En Juan 17, Jesús menciona
cinco veces la palabra unidad. Los versículos 22-23 afirman: «Yo les he dado la
gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en
ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el
mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has
amado a mí».
La unidad que Dios requiere de nosotros
está motivada por la unidad que Jesús tiene con el Padre.
Él no busca una unión a medias y por
conveniencia, sino desea que alcancemos una perfección en la unidad, y que, por
medio de la búsqueda de esa unión tan anhelada, el mundo pueda conocer el inagotable
amor de Dios. No quiero entrar en la dinámica de criticar a la iglesia de
Cristo y tampoco al liderazgo, pero sí animo a todo líder y consiervo a buscar
con diligencia esa unidad que el Señor está esperando de su iglesia. Un pueblo
unido es algo tan poderoso que el enemigo sabe que, si nos mantiene sumidos en
contiendas y enojos, no representaremos una amenaza tan fuerte como la que seríamos
al permanecer en unidad y ser de un mismo espíritu.
La oración la hemos cambiado por
el juego. Hace unos años atrás tuve una conversación con el pastor de una
congregación en Bogotá, quien con un tono de resignación y un poco de tristeza
me decía que los jóvenes de la iglesia eran muy difíciles de liderar, ya que no
había ningún compromiso de parte de ellos. Me contaba que, irónicamente, para
motivarlos a ayunar los animaba a venir prometiéndoles refrigerios; para que se
involucraran en alguna actividad precisaba siempre estar negociando con algo
que los enganchara. No podía creer todo lo que escuchaba. Aquel querido pastor
me había invitado porque deseaba traerles algo juvenil que los atrajera y con
lo que ellos pudieran identificarse. Pensaba que debido a que yo era joven y mi
música resultaba moderna sería una buena opción para un programa de sábado en
la reunión de jóvenes. Al conocer la situación, entendí que en especial en los
jóvenes se ha perdido la práctica de disciplinas como el ayuno y la oración,
con todos los beneficios que estas conllevan. Muchos buscan cosas que sean más
asombrosas y que contengan un movimiento de las emociones más especial.
En la actualidad queremos actuar motivados
por las emociones, no por obediencia y disciplina, algo que observé repetidas
veces en las diferentes iglesias que visité. Así que en ese momento empezamos a
dar conciertos que se llamaban «El tiempo de la cruz». Luego de tres horas de
experimentar una gran unción, los chicos salían con el desafío poderoso de ser
discípulos y cristianos verdaderos, dejando de comportarse como un montón de seguidores
tibios que se sentaban en las bancas de las iglesias. Me sorprendía ver que
muchos líderes solo estaban esperando buena música y un bonito mensaje, pero se
asombraban al observar a los mismos chicos rebeldes y sin ningún compromiso,
mostrar ahora lágrimas en sus ojos y decirle que sí al llamado radical de Jesús
a sus vidas.
Muchos de nosotros hemos cambiado
la búsqueda del rostro de Dios en secreto, la oración y el ayuno por diferentes
actividades que solo nos distraen, pero no nos llevan más allá de ser
cristianos del montón.
El tiempo ha cambiado, ha pasado el interés de aquella palabra que
escrita dejó él. Hace unos años, después de estar ahorrando por varios
meses, pude comprar un jacuzzi para nuestro hogar. Mi esposa y yo lo habíamos visto
en los Estados Unidos e hicimos un esfuerzo incluso para trasportarlo a
Colombia. Cuando por fin llegó a casa, la alegría fue increíble; teníamos
preparado con anterioridad un lugar especial donde ponerlo, todo estaba listo.
Mientras lo desempacábamos, la emoción
creció entre nosotros, en verdad, habíamos invitado a toda la familia para ver
este sueño hecho realidad y que nos ayudaran a instalarlo. Notamos sin mucha importancia
que aquel objeto traía un manual y diferentes químicos para el agua. A la
verdad sabía un poco de los químicos, así que ignoré por completo el aburrido manual,
que para colmo estaba en inglés, aunque creo que si hubiera estado escrito en
español tampoco le habría prestado mucho interés.
Después de colocarlo en su lugar
lo empezamos a llenar, y una vez lleno nos dispusimos a conectarlo, pero entonces
nos dimos cuenta de que necesitaba una toma especial, lo cual retrasó la
inauguración que todos esperábamos. Luego de que alguien viniera e hiciera la conexión
apropiada, lo encendí para que se fuera calentando. Me percaté de que había
unos pequeños tubos para medir el nivel de PH y cloro del agua, así que calculé
a ojo y según mi gusto la cantidad de cada líquido que debía aplicar. El panel
de control también tenía varios botones, pero a mí el que me interesaba era el
de apagar y encender, el resto no me preocupaba. Cuando al fin se calentó el
agua, no dudamos un instante de que ya era hora de meternos, de modo que
entramos.
Después de unos minutos todos teníamos
los ojos rojos, pero no le prestamos atención, pues la emoción era tan grande
que esto carecía de importancia. Así transcurrió cada día de esa semana, salíamos
del jacuzzi con los ojos rojos e irritados, por lo que mi esposa me aconsejó
que trajéramos a un experto que nos guiara en cuanto al manejo de los químicos
y que le diera una leída al manual, pero como un buen hombre latino, le dije
que no necesitábamos llamar a nadie. «Yo sé lo que estoy haciendo», le aseguré.
Pasaron algunas semanas y mi guitarrista,
Javier Serrano, se iba a casar, así que organicé una reunión en casa con los
chicos de la banda para celebrar su despedida de soltero. La reunión terminó
con algunos del grupo metidos en el jacuzzi. Esa mañana había notado que el
agua tenía un color verdoso, de modo que apliqué en porciones mayores todos los
líquidos para tratar de aclarar el agua, a fin de que en la noche el que
quisiera usarlo lo pudiera hacer. El primero que entró al agua fue precisamente
Javier, el que se casaba al otro día, y luego lo hicieron dos más.
Después de unos minutos no podían
ni abrir los ojos y uno de ellos dijo: «Creo que tiene mucho cloro», pero ninguno
salió del agua, sino que hicieron una competencia para ver quién duraba más
tiempo debajo de aquella agua caliente. Cuando sacaron la cabeza, sus rostros estaban
rojos y ya no podían abrir los ojos, y al acercarme para ver si se encontraban
bien, noté que las cabeceras que eran de un material especial se estaban
derritiendo. Les dije: «Creo que es mejor que salgan, pues algo no está bien».
Mis compañeros tenían toda la piel roja, ya que se habían quemado con el cloro
tan fuerte. Javier tuvo que aplicarse muchas cosas para tratar de disimular el
color rojo de su cara. Él creyó que yo había organizado todo de esa forma para que
nunca olvidara su despedida de soltero.
Después de unos días, el agua
empeoró y llamé a un técnico para que viniera a arreglar mi jacuzzi, quien
luego de cambiarle el agua y colocarle las cantidades exactas de los químicos,
me preguntó con una pequeña sonrisa burlona: «¿Usted leyó el manual?». Le
respondí que no un poco avergonzado y él señaló: «Ese fue el error. Usted no
puede comprar algo e ignorar todas las indicaciones del manual». Me recomendó
que lo leyera, y después de buscarlo descubrí que también venía en español.
¡Cómo sería la falta de interés en el manual que ni siquiera me había percatado
de que las instrucciones se encontraban escritas además en mi idioma!
Es obvia la enseñanza. Muchos hemos
comenzado nuestro andar en la vida cristiana ignorando que hay un manual que
nos enseña cómo debemos recorrer el camino que hemos elegido. Nos convertimos
en personas que desean gozar de los beneficios de su Palabra sin tener que
leerla y establecer una intimidad con el señor.
Cada día oro al Espíritu Santo
que me guíe en la lectura de su Palabra, la cual afirma: «Ciertamente, la
palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos
filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula
de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos
4:12).
Cuando permites que la Palabra de
Dios penetre en tu vida, esta traerá luz y sabiduría a tu camino, y podrás
decir como el salmista:
En tus decretos hallo mi deleite, y jamás
olvidaré tu palabra.
Enséñame,
SEÑOR, a seguir tus decretos, y los cumpliré hasta el fin.
Dame entendimiento para seguir tu ley, y la
cumpliré de todo corazón.
Dirígeme por la senda de tus mandamientos,
porque en ella encuentro mi solaz.
Inclina mi corazón hacia tus estatutos y no hacia
las ganancias desmedidas.
Aparta mi vista de cosas vanas, dame vida
conforme a tu palabra.
Confirma tu promesa a este siervo, como lo
has hecho con los que te temen
(Salmo 119:16,
33-38).
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