Capítulo 7
Viento para tu barco
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“Si ves a un borracho
en el mismo lado del camino, cruza al otro lado”. Ese es el consejo que mi
padre les dio a los niños Hinn cuando yo estaba creciendo en la Tierra Santa.
Cada mañana mis hermanos y hermanas iban conmigo al
colegio católico. Y de seguro que eso ocurrió –más de una vez. Casi por
instinto, sin una palabra, recordábamos el consejo de papá y cruzábamos al otro
lado de la calle hasta que pasábamos al borracho.
¿Cómo sabíamos que él estaba ebrio? Bueno, no íbamos a él
y decíamos: “Señor, ¿está usted borracho?” o “¡Déjenos oler su aliento!” Por
supuesto que no. Aun siendo niños sabíamos que él estaba embriagado. Todo en él
nos lo decía –la manera como se movía, su mirada, su ropa sucia. Como dicen en
algunos lugares, el estaba con “tres tablas bajo el agua”.
La verdad sobre su comportamiento inoportuno era
simplemente esto: El estaba controlado por el poder malo. Se había rendido a la
influencia mala.
El apóstol Pablo no pudo haber sido más directo cuando
dijo: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed
llenos del Espíritu” (Efesios 5:18). Qué contraste entre una vida licenciosa y
una vida correcta. La embriaguez, advierte Pablo, trae acciones impías. Pero si
un hombre o una mujer pueden ser controlados por el alcohol, ¿Cuánto más puede
el Espíritu Santo controlar a un hombre o a una mujer?
¿Es difícil determinar quién está en control? No. Cada día
encuentras personas cuyas mentes y corazones están a la distancia de años luz
de Dios. Es obvio. Tú los oyes en su lenguaje. Los ves en sus acciones. Es como
si Satanás mismo estuviera guiando cada movimiento de sus vidas.
LA VIDA LLENA DEL ESPIRITU
¿Pero qué de una
persona que ha tenido un encuentro con el Espíritu Santo? ¿Cuáles son las
señales externas de una vida llena del Espíritu? Hay muchas, y la
transformación es asombrosa. Va más allá de lo que pueda explicarse. De repente
“las manifestaciones” positivas comienzan a multiplicarse a cada paso.
Después de decir: “Sed llenos del Espíritu”, Pablo describe
cuatro resultados diferentes que puedes esperar. Es como sembrar semillas en la
tierra del Espíritu y cosechar una cosecha celestial.
Tú cambiarás
La primera
manifestación que puedes esperar de una vida llena del Espíritu es esta: tu conversación será diferente. El
apóstol dijo: “Hablando entre vosotros con salmos” (Efesios 5:19). ¿Te puedes imaginar
qué increíble sería el mundo si nuestra conversación se asemejara a lo que
leemos en los salmos?
Un estudio reciente mostró que, de todas las palabras en
nuestro idioma, la que se usaba más a menudo era “yo”. Pero el cristiano guiado
por el Espíritu tiene un vocabulario nuevo. No es egocéntrico. Es Dios-céntrico.
De repente te hayas diciendo: “Alabad a Dios” (Salmo 150:1) y “Todo lo que
respira alabe a Jehová” (v. 6).
Aquí está la segunda señal que Pablo dice que debemos
esperar: Tendrás un nuevo cántico. Él
dice que estarás “cantando y haciendo melodía en tu corazón al Señor” (Efesios
5:19). Es mucho más que una nueva canción –es un cambio que se lleva a cabo en
tu corazón. Cuando hayas sido transformado en tu interior, una melodía fluirá.
Es una reacción espontánea. Yo no soy cantante, pero he tenido una canción en
mis labios desde el momento que me encontré con el Espíritu Santo.
La tercera manifestación es que comenzaras a dar gracias: “Dando siempre gracias por todo al Dios y
Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (v.20). De repente comenzarás
a darle gracias a Él por todo. Tú reconoces que el dador de todo don sabe
exactamente lo que necesitas. El resultado es una transformación de tu actitud.
No importa lo que suceda, dirás: “Gracias”.
La cuarta seña obvia es que serás un siervo. Pablo dice: “Someteos unos a otros en el temor de
Dios” (v. 21). Eso es lo que “honrar unos a los otros es amor” significa. Tu
corazón anhela ayudar a la gente. El Espíritu Santo te lleva al lugar donde
dirás: “¡Solo dímelo –yo lo haré!”
¿Qué quiere decir ser “lleno del Espíritu”? algunos piensan
que es exactamente lo mismo que manejar un automóvil a una estación de servicio
y llenar el tanque de gasolina, pero no es así.
En mi pulpito tengo una botella de aceite. La uso, tal como
la Escritura me dirige, para ungir a aquellos que vienen por sanidad. Es un
pequeño recipiente simple, y está lleno de aceite de oliva. Pero cuando yo lo
uso todo, se acaba. La botella no se llena otra vez a sí misma.
Las palabras “sed llenos”, en Efesios, no tienen ninguna
conexión con una botella o vasija al llenarse. El tiempo presente del griego se
usa para decir que la llenura del Espíritu no es una experiencia de una sola
vez. Es una experiencia continua.
¿Has pasado un día en un bote de velas? Es emocionante.
¿Qué le pasa al bote cuando las velas se llenan de viento? Comienza a moverse.
Eso es lo que Pablo te está diciendo. El desea que tú estés lleno, no como un
recipiente que no tiene acción sino como las velas del barco que continúa
llenándose con el viento. Vez tras vez. El desea que te muevas adelante con la
interminable brisa del Espíritu llenando las velas de tu bote espiritual.
“¿Quién te crees que eres?”
Estar lleno del Espíritu
Santo causa acción. Ocurre en tu conversación, en tu corazón, en tu actitud, y
en tu actividad. ¡Qué cambio! Ahora tus palabras alientan, hay armonía en tu
corazón, le das gracias al Señor, y verdadera y humildemente sirves a la gente.
¿Cómo puede un hombre o mujer que está lleno del Espíritu
usar lenguaje profano? ¿Cómo puede él o ella tener un corazón lleno de celos,
amargura, critica? Una persona llena del Espíritu no dice: “¿Quién eres tú para
decirme lo que yo tengo que hacer?” o, “’ ¿Cómo puede Dios tratarme así?” Estas
son señales de una persona egocéntrica que está “vacía del Espíritu”, no “llena
del Espíritu”.
Cuando Cristo regresó al Padre, El no esperaba que pudieras
vivir la vida cristiana por ti mismo. ¡La ayuda venía en camino! Después de
todo, no es tu poder o tu fuerza lo que es importante: “No con
ejercito ni con fuera, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”
(Zacarías 4:6).
Es por el Espíritu que puedes glorificar a Jesús. Es por el
Espíritu que tu corazón está lleno de cantico. Es por el Espíritu que puedes
decir: “Jesús, te doy gracias por todo”. Y es por el Espíritu que recibes poder
para decir: “Te perdono”.
¿Cómo es el amor de Dios “derramado en nuestro corazones”?
por medio del Espíritu Santo.
Tú nunca has visto el viento, pero ciertamente has visto
sus efectos. El árbol se mece. La bandera ondea. Y el barco comienza a moverse.
¡Oh, la fuerza del viento!
No tienes que ver al Espíritu Santo para saber que Él vive.
Tú puedes sentir la evidencia en el
poder que Él te da. Una vez que Él te haya llenado, buscar confirmación es un
ejercicio inútil. Un hombre una vez me preguntó: “Benny, dime, ¿Estoy yo lleno
del Espíritu?”
Yo le dije: “Hermano, si tu no lo sabes, entonces ¡no lo estás!” No tienes que preguntar,
cuando ves los resultados. Aquellos que cuestionan su llenura, nunca la han
recibido.
Comienza con la salvación
Tu puedes preguntar
“¿Cómo me lleno del Espíritu Santo? ¿Si hablo en lenguas, es esa la señal?”
El Espíritu Santo está presente desde el momento que le
pides al Señor Jesucristo que perdone tus pecados y limpie tu corazón. Si no
crees eso, no entiendes la Trinidad. Como le escribió Pablo a Tito: “Nos salvó,
no por obras de justicia que nosotros hubiésemos hecho, sino por su
misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el
Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo
nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser
herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3:5-7).
Pero ahora estamos hablando acerca de la llenura del
Espíritu Santo, con la evidencia que ha sido experimentada por literalmente
cientos de millones de personas en todo el mundo. Las estadísticas son
asombrosas. Yo sé que a algunos todavía les gusta discutir el punto, pero un hombre con una experiencia nunca está a la
merced de un hombre con un argumento.
Nunca olvidaré los primeros días después que nací de nuevo.
Yo era como un niño –y tú sabes lo que se dice acerca de los bebes-. Ellos
siempre se están cayendo, llorando, y pidiendo ayuda. Ese era yo. De hecho,
compartí con un hombre en la iglesia la misma duda que he oído muchas veces
desde entonces. Dije: “Oh, yo estoy destruido”.
El preguntó: “¿Qué pasa?”
Yo dije, “No estoy seguro si he sido llenado con el
Espíritu”: No lo estaba.
Así que él dijo: “Benny, ¿tú lo pediste?”
Conteste: “Si, señor”.
Él dijo: “Eso es todo lo que necesitabas hacer”.
Bueno, tú ves, yo era un bebé en Cristo. Yo no sabía lo que
sé ahora. Verdaderamente no sabía lo que buscaba, pero oí a alguien decir: “Si
hablas en lenguas, eso es todo lo que necesitas”.
Como aprendí más tarde, hablar en lenguas es solo uno de los dones. No son los dones lo
que tú necesitas, sino al dador. Pablo
le escribió a la iglesia en Roma: “Porque irrevocables son los dones y el
llamamiento de Dios” (Romanos 11:29). Los dones nunca se van, pero el que da el
poder se puede alejar –y se alejará si el dador es desatendido y contristado.
Nunca olvides lo que le pasó al rey Saúl. El Señor dijo:
“”Me pesa haber puesto por rey a Saúl, porque se ha vuelto en pos de mí, y no
ha cumplido mis palabras” (1 Samuel 15:11). Y al David ser ungido por Samuel
para ser el nuevo rey, “el Espíritu de Jehová se apartó de Saúl” (1 Samuel
16:14).
RENDICIÓN
¿Has reparado tus velas?
Puede que preguntes:
“¿Cómo acercarme al Espíritu? ¿Cómo puedo prepararme para recibirlo?”
Quizá yo deba hacerte una o dos preguntas. ¿Está tu barco
listo para navegar? ¿Es apto para el mar? ¿Has reparado tus velas? ¿Están ellas
listas para recibir el viento del Espíritu Santo cuando El comience a soplar en
ti?
Es como prepararse para el matrimonio. Pasas tiempo en
planes y preparación para ese momento en que te has de parar frente al altar.
Entonces haces un voto “para tener y cuidar desde este día en adelante”. Tú, en
realidad, te das a tu conyugue. Es un
acto sin egoísmo, de amor y rendición. Y desde ese momento en adelante, un
vínculo único de comunión es creado y es conocido solo por el esposo y la
esposa.
Pero, ¿Qué pasa cuando tú vuelves a tomar una parte de ti
mismo que fue comprometida en el matrimonio? “¡No puedes tener eso! ¡Eso es
mío!” ¿Y qué si tu conyugue dice lo mismo? Crearía una barrera en vuestra
relación. La unión comenzaría a desmoronarse. La comunión comenzaría a
titubear. Solo la rendición completa trae comunión total. Produce amor y comprensión.
Hay solo una manera de restaurar las relaciones rotas. Como
la vela en el barco, tú puedes permanecer tenso y cerrado. Todo lo opuesto,
tienes que ser flexible y ceder –en
realidad, rendirte a una nueva llenura de amor.
En el momento en que te rindas al Señor, Él te llenará de
Su Espíritu. No tienes que rogar por la llenura. Y no requiere un cubo de
lágrimas. Todo lo que se necesita es una rendición total a Cristo y el deseo de
abrazar Su precioso Espíritu Santo.
La rendición total trae llenura total, y sumisión total
trae comunión total. Pero como en el matrimonio, tienes que trabajar en eso
cada día: “Jesús, yo te amo”; “Padre Dios, yo te adoro”; “Precioso Espíritu
Santo anhelo tu comunión”. Si descuidas la comunión un solo día, la próxima vez
será un poco más difícil.
Como cuchillo afilado
¿Qué pasa en un
matrimonio cuando un conyugue no hace caso del otro? Después de un corto tiempo
comienza la amargura a entrar en el corazón. Las palabras comienzan a cortar
como un cuchillo afilado. Pronto la hostilidad se vuelve ira, celos, y aun
peor. Para muchos el resultado es la separación, divorcio y odio. Pero la
ruptura se puede reparar fácilmente. Todo lo que necesita es una rendición
fresca que viene del alma misma. Y la renovación del voto de “amarás, honrarás,
y cuidarás”.
Lo mismo sucederá si descuidas al Señor. Sentirás amargura
e ira. De repente te hallaras fuera de la comunión con el Señor. Eso fue lo que
les pasó a los hijos de Israel en el desierto. Ellos comenzaron a quejarse:
“¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto: o en este desierto ojalá muriéramos!
¿Y por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada?” (Números 14:2-3).
Y el Señor les dijo a Moisés y Aarón: “¿Hasta cuándo oiré esta depravada
multitud que murmura contra mí?” (v. 27).
Los hijos de Israel dejaron de decir: “El Señor es Dios”,
para quejarse: “¿No sería mejor regresar a Egipto?” ¿Qué causó el cambio? Ellos
dejaron de buscarlo, y sus corazones se endurecieron. Y antes de entender lo
que estaba pasando, lo habían dejado.
No dejes pasar un día sin una rendición fresca al Señor.
Pablo escribió: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre
exterior se va gastando, el interior no
obstante se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16). La rendición tiene que
ser continua, un interminable vaciarse de uno mismo ante el Señor. Y cuando lo
hayas hecho un hábito, comenzarás a experimentar la unión perfecta, comunión
perfecta, entendimiento perfecto, y amor perfecto.
Yo creo que es la voluntad de Dios para ti que seas continuamente llenado del Espíritu
Santo. Casi con el mismo aliento con el que Pablo dijo: “Sed llenos del Espíritu”,
dijo: “No seáis insensatos, no entendidos de cuál sea la voluntad del Señor”
(Efesios 5:17). Pablo no deja duda de que es la voluntad del Padre que el Espíritu
Santo permanezca en cada creyente. Es la voluntad de Dios para cada madre, para
cada padre, para cada joven –y para ti.
Descanse, descanse
En una iglesia cerca de
Toronto recuerdo haber visto a un hombre que oraba para recibir la llenura del Espíritu.
Nunca olvidaré su rostro –agotado y tenso. Él estaba realmente rogando e
implorando por un encuentro con el Espíritu Santo.
Yo me le acerque y le dije: “Joven, no vas a recibir nada
implorando. Solo descansa. Es tan fácil cuando te rindes”. Eso fue lo que hizo.
Fue hermoso. Una sonrisa se vio en su rostro al comenzar a orar en un lenguaje
celestial.
¿Cómo te rindes tú? Nunca lo lograrás si tú “te esfuerzas”.
Es como aprender a nadar. Si luchas por nadar, comienzas a hundirte, y puede
que aun te ahogues. Es por eso que el instructor de natación primero enseña al
niño a relajarse y aprender a flotar. El nadar viene de modo natural cuando no
luchas.
Y así es con la rendición –viene instintivamente a un corazón
que se suelta. Cuando tú hallaste a tu conyugue para la vida, “no trataste” de
enamorarte. Es algo que está o no está ahí. Tú no tienes que esforzarte en
ello, porque el amor se rinde.
Cuando Jesús es tu Señor, cuando lo amas con todo tu
corazón, no es difícil rendirte a Él. Es lo mismo con el Espíritu Santo. Cada día
cuando te presentas a Él, Él te vuelve a llenar. Permaneces fresco como una
flor en el sol de la mañana. El continúa dándote vida –y las flores no parecen
marchitarse nunca.
No puedo decirte cómo has de acercarte a Él, pero aquí está
lo que yo hago. Cuantas veces entro en mi cuarto, cierro la puerta, y solo
permanezco de pie con mis manos levantadas hacia el cielo. Él sabe que yo lo
amo; yo sé que El me ama. Y estoy esperando con los brazos abiertos para
recibirlo.
Hubo un tiempo, años atrás, cuando yo dudaba de Su amor. Nunca,
nunca olvidaré eso. Fue durante un tiempo en que yo estaba teniendo tremendas
luchas con mi familia. Mis padres no habían nacido de nuevo, y había tal dolor
en nuestra relación. Entonces una noche, en mi cuarto, yo miré al cielo y dije:
“Jesús, yo sé que Tú dices en Tu Palabra que me amas… pero te suplico que me
hagas un favor: Dime que me amas”. Y me
fui a dormir.
A media noche me levantó una voz que sonaba como muchas
aguas. Solo la puedo describir como un sonido fuerte y grave. Luego una voz
audible –que venía de un lugar indefinido, y sin embargo parecía que venía de
todas partes a la vez- comenzó a hablar. Sobre el torrente de las aguas yo oí
una voz tan clara como ninguna que jamás haya oído, que decía: “¡Te amo! ¡Te
amo!” Era la voz de Jesús. En ese momento las paredes de mi cuarto parecían estremecerse.
Yo estaba asustado, porque la presencia del Señor era tan singular.
Pero desde aquel momento, nunca he cuestionado su amor. Yo creo
que Él nos da tales experiencias cuando las necesitamos –no cuando las
deseamos.
Muchas veces estoy en mi cuarto y no digo una palabra. Guardo
silencio completo. Estoy seguro que tú has experimentado ocasiones cuando no
necesitabas decir palabra alguna para asegurar a alguien tu amor. Hay ocasiones
especiales entre dos personas que si sólo se hiciera un sonido, un momento
inolvidable se perdería. El silencio es a menudo el mejor idioma.
Tantas veces he estado en mi cuarto y de repente las lágrimas
han llenado mis ojos. Un afecto y belleza inexplicable saturan la atmosfera
mientras El comienza a llenarme nuevamente. ¿Cómo pasó? ¿Qué hice yo? Realmente
nada, sino estar en Su presencia con una rendición interior. Pero lo que
comenzó en una quietud perfecta, continuó con adoración que yo no deseaba
terminar.
Cuando te llenas del Espíritu de Dios continuamente, tu
vida de oración adquiere una dimensión que nunca pensaste fuera posible. Para experimentar
las brisas refrescantes del Espíritu que llenan tu corazón de alabanza,
necesitas entender cómo acercarte al trono de Dios en oración.
Paso a paso
Hay siete pasos precisos en la oración.
El primer paso es confesión.
Comienza por reconocer quien es Dios. Abraham lo llamó “Jehová Dios Altísimo,
creador de los cielos y de la tierra” (Génesis 14:22). Empieza por declarar el
poder del Todopoderoso. Elías comenzó su oración en el Monte Carmelo: “Jehová
Dios de Abraham, de Isaac y de Israel” (1 Reyes 18:36). Si deseas que el fuego
caiga, comienza confesando quién es Dios.
El siguiente nivel de oración es suplica. Simplemente, “sean conocidas vuestras peticiones delante
de Dios”. Desafortunadamente, este es el paso donde muchos pasan demasiado
tiempo. Su vida completa de oración parece estar concentrada en necesidades y
deseos. Por supuesto, tus problemas personales son dignos de la atención de
Dios, pero cuando los has compartido, no es tiempo de decir “Amen”. Lo mejor
está todavía por venir.
El tercer paso –y uno que me gusta- es adoración. Debe ser un tiempo de absoluta belleza y adoración. Amándolo,
adorándolo. Se puede comenzar con palabras, “Jesús, yo te amo”. De repente,
sientes la presencia del Espíritu Santo, y dos horas más tarde miras el reloj y
dices: “No puedo creer que el tiempo se haya ido tan rápido”. Es tan real, tan
vivo.
Cuarto, hay un tiempo de intimidad. Es demasiado amado, demasiado sagrado, demasiado hermoso
para describirlo. Ha habido ocasiones cuando, profundo en la oración, he
sentido como si alguien estuviera parado allí, pasando su mano por mi frente. Era
como si el Señor me estuviera diciendo: “Gracias, estoy tan contento de estar
contigo”.
Recuerda, el Espíritu Santo nunca te presionará. Él no pone
demandas y estipulaciones en tu vida de oración. Pero si tú dices: “Ayúdame a
orar”, Él está listo para responder.
Ha habido ocasiones e mi vida que, en este nivel, mi oración
ha continuado por horas. Pero la intimidad no es el lugar para comenzar. Tampoco
es posible correr a través de los primeros pasos para llegar a este punto.
El quinto nivel de oración es intercesión. Jesús dijo que el Espíritu nos rebelaría las cosas, y
eso fue lo que me ocurrió a mí. Cuando invitas al Espíritu a que te ayude a
orar, Él no se concentra en tus necesidades y deseos egoístas. ¡No! El enfoque
es hacia afuera. Él ha puesto los nombres y rostros de individuos de mí de
quienes yo no había pensado en años. Y he intercedido en oración por ellos.
Pero no creas que es un tiempo de gozo y adoración. Todo lo
opuesto. La primera vez que me puse a interceder, no estaba seguro de lo que
deseaba. La comunión se fue. La intimidad desapareció. En esas ocasiones he
sentido dolor y agonía que es difícil de expresar. En realidad, he golpeado el
piso con cada onza de mi fuerza mientras oraba por mi familia, por amigos, por
ministros –aun por naciones.
Te advierto. Es imposible ponerse a interceder de momento. No
viene instantáneamente, porque es una asociación con Dios que requiere una relación
profunda e intensamente personal. Ves, el Espíritu Santo guía tu vida de oración
paso a paso. Conmigo no paso el primer día, ni el segundo, ni el tercero. Pasaron
por lo menos seis meses antes de estarme moviendo en las profundidades de la oración.
La Escritura enseña que si somos fieles en las cosas pequeñas, Dios nos dará
más. Eso es lo que El hace. Él es el Padre perfecto. El maestro perfecto.
Pero lo que pasó después, bien valía la pena el dolor. El sexto
paso en la oración es acción de gracias.
Como escribió Pablo: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por
medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:17). Yo siempre paso tiempo
dando gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Finalmente, el paso séptimo es alabanza. A veces yo canto. A veces hablo en lenguaje espiritual. Pero
de lo profundo de mi ser irrumpo en alabanza total. Es la forma más pura de
orar que yo haya experimentado.
Tu puedes preguntar: “Benny, ¿siempre incluyes los siete
pasos?” Mi contestación es “¡Sí!” y aquí está lo maravilloso del Espíritu: Si
lo dejas obrar por medio de ti en oración, descubrirás que no estás haciendo
mucho en la oración. El parece estarlo haciendo todo. Aun en la intercesión,
tan doloroso como es, los brazos del Espíritu te están levantando, refrescándote
instantáneamente cuando terminas de orar.
Pablo tenía razón cuando dijo: “Orando en todo tiempo con
toda oración y súplica del Espíritu” (Efesios 6:18). Él sabía que había más de
una clase de oración.
“¡Él está aquí!”
No hay sustituto para la llenura del Espíritu que viene como
resultado directo de tu vida de oración. Es el poder que afecta todo lo que
hagas.
Recientemente fui invitado a hablar en Colombia, Suramérica.
Fue una cruzada de tres días, y en la noche del segundo día, miércoles, yo
estaba hablando sobre el Espíritu Santo. A mitad de mi mensaje sentí moverse el
poder del Espíritu en el servicio. Sentí su presencia, paré la predicación, y
le dije a la gente: “¡Él está aquí!” ministros en la plataforma y personas en
la audiencia sintieron lo mismo –fue como una ráfaga de viento que entró y
circuló en aquel lugar.
Los allí presentes se pusieron de pie en una explosión espontanea
de alabanza. Pero no estuvieron de pie por largo rato. Las personas comenzaron
a caer al piso bajo el poder del Espíritu Santo. Fueron “tumbados” en el Espíritu.
Lo que pasó después fue exactamente lo que he visto
repetidas veces en servicios en todo el mundo. La gente comenzó a recibir a
Cristo como su Salvador personal, y comenzaron a ocurrir sanidades a través del
auditorio.
Cuando yo hablo sobre el Espíritu Santo, una unción extraordinaria
sigue a la enseñanza. Siempre. Hay una manifestación increíble de la presencia
de Dios –muy diferente de la de cualquier otra ocasión. El milagro parece ser
más intenso. Se salva un número mayor de personas que en otras reuniones. El toque
de Dios en las vidas es más pronunciado.
En esos servicios el llamamiento al altar parece ser tan fácil.
No hay ruego ni suplica. Instantáneamente las personas van al frente para
salvación. Tal como lo prometió el Señor, el Espíritu atrae la gente a Cristo.
Después del servicio, la gente viene al frente a decir: “Esta
fue la reunión más poderosa en que yo he estado”. Es como si el Espíritu Santo
hubiera honrado el servicio porque Él era un huésped muy bienvenido.
Durante la misma cruzada, el pastor Colin, mi interprete,
vino a mí, después de una reunión de enseñanza sobre el Espíritu Santo que
tuvimos esa mañana con casi dos mil predicadores. El comenzó a llorar. Entonces
levantó la cabeza de sus manos y dijo con gran emoción: “Querido hermano, yo sé
tan poco sobre el Espíritu Santo. Siento que estoy en kindergarten”. Él fue
afectado con la realidad del mensaje.
En otras ocasiones he visto a un intérprete parar en medio
de mi mensaje y comenzar a llorar incontrolablemente. Eso es el poder del Espíritu.
Lo que pasa en un servicio te puede pasar a ti ahí donde
estás. Es por eso que te estoy pidiendo que te rindas totalmente al Espíritu. Comenzaras
a entender lo que Pablo quiere decir cuando dice: “Sed llenos del Espíritu…
hablando entre vosotros con salmos, con himnos y con canticos espirituales,
cantando y alabando al Señor en vuestros corazones, dando gracias por todo al
Dios y Padre” Y sabrás por qué él dice: “Someteos los unos a los otros”
(Efesios 5:18-21).
Un segundo viento
¿Estás listo para que la brisa celestial de Dios llene tus
velas? Eso comienza con la salvación, cuando confiesas tus pecados y dedicas tu
vida para seguir a Jesús como Señor y Salvador. Aun Cristo habla acerca del
viento cuando habla acerca de la redención. Él le dijo a Nicodemo, un miembro
del Sanedrín judío: “No te maravilles de que te dije: os es necesario nacer de
nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de donde
viene, ni a donde va: así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan
3:7-8).
Así como la salvación se describe como un viento, el Espíritu
Santo se describe como un segundo viento –un viento de poder. En el día de
pentecostés, “de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio
que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados” (Hechos 2:2). El
viento del Espíritu está soplando, y es poderoso. Es un poder que pone tu vida
en acción.
Es hora de echar a navegar tu barco. Levanta la vela, y
comienza a llenarte –llenura continua- con el viento del Espíritu Santo.
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