Capítulo 8
Una entrada poderosa
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¿Cómo podía ser? Yo le
había dado mi vida al Señor, y estaba luchando por vivir la vida cristiana.
Cuando pienso en lo que me está pasando ahora, parece
imposible. En febrero de 1972, después de la experiencia del “nuevo
nacimiento”, yo sabía que mi corazón había sido limpiado, pero las dificultades
que enfrentaba eran innumerables. Había conflictos en el hogar, indecisiones
acerca de mi futuro, y una estimación propia tan baja como el piso debajo de
mis pies.
¡Oh, como yo luchaba con mi vida! Era aún difícil en
ocasiones darle todo mi amor al Señor. Yo tenía tantas preguntas urgentes.
Entonces dos semanas después fui llenado del Espíritu. Esperaba el cielo en la
tierra desde aquel momento en adelante. Pero no sucedió así. Mis luchas día a
día continuaban.
Ciertamente había grandes momentos de gozo y entusiasmo. Y
yo no hubiera cambiado mi experiencia espiritual por todo el petróleo en Arabia
Saudita. Pero muy profundo adentro me roía una pregunta que me perseguía mes
tras mes. “¿Es eso todo lo que hay?” –me preguntaba. La pregunta no se iba.
“¿No tiene el Señor algo más para mí?”
Entonces, a media noche, una noche fría de diciembre,
alrededor de dos años después que conocí a Cristo, sucedió. Estando en mi cama
en Toronto, el Espíritu Santo entró poderosamente en mi cuarto. Yo lo sentí
como una descarga eléctrica y una manta tibia a la vez.
Me tomó dos días para darme cuenta del significado de lo
que había pasado. ¡Mi lucha había
terminado! Había encontrado la simplicidad de la vida cristiana –una
relación personal con el Espíritu Santo.
Hoy, mi corazón todavía esta apesadumbrado, pero por una
razón enteramente diferente. Estoy profundamente angustiado porque millones de
cristianos nunca han recibido ni siquiera una pizca de lo que Dios tiene para
ellos. Se están perdiendo la mejor parte. Y nunca sabrán cuan maravilloso
realmente es el caminar con Cristo, hasta que descubren la tercera persona de
la Trinidad. Él es el que nos ayuda en la
lucha.
NO MAS LUCHAS
Desde el momento en que
el Espíritu Santo vino a mi vida, no tuve que batallar más contra mis
adversarios. Ellos todavía estaban allí, pero la pelea y la preocupación
parecían desvanecerse. Lo que me pasó fue lo mismo que le fue dicho a Israel
siglos atrás por medio del profeta Ezequiel. Cuando vivían en un tiempo de
agitación política, les fue dicho por el Señor: “Os daré corazón nuevo, y
pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón
de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu,
y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por
obra” (Ezequiel 36:26-27).
¡Todavía hoy existe el problema! Millones de personas están
luchando diariamente por guardar las leyes de Dios, y están perdiendo la guerra
porque no entienden el plan de batalla del Padre. Su estrategia no podría ser
más concisa: “Pondré mi Espíritu dentro
de vosotros”, dice el Señor. ¿Y por qué es ese su plan? El desea hacer que de lo profundo de tu corazón
–andéis en estatutos. El desea hacer fácil
el guardar Sus leyes.
¿Encuentras difícil guardar los mandamientos de Dios? No te
sientas del todo solo. Es totalmente imposible triunfar por ti mismo, y Dios no
espera que lo hagas. ¡Necesitas ayuda! Pero, ¿a quién vas a recurrir? Dios el
Padre está en el cielo y también Dios el Hijo. Tú necesitas un amigo aquí y
ahora mismo, y la persona de la Trinidad que está morando en la tierra es el Espíritu
Santo. Él es a quien tú necesitas desesperadamente conocer.
Si haces una encuesta y le preguntas a la gente que es lo
que más desean de Dios, la contestación más probable sería: “Yo deseo que Dios
se agrade de mi”. Y eso es lo que Dios le prometió al profeta Ezequiel. Dios le
dijo: “Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu
sobre la casa de Israel” (Ezequiel 39:29).
Desde el momento en que el Espíritu Santo viene a ser parte
de tu vida, Dios comenzará a mirar en tu dirección. Su rostro comenzará a
brillar sobre ti. El gran deseo del Padre es que tú lo recibas, que seas lleno
de Él, y tengas comunión con El. Eso lo hace feliz.
Comienza a leer el libro de los Hechos, y conocerás lo que
Dios había planeado. Los apóstoles tenían una tremenda relación con el Espíritu
Santo y la evidencia está escrita en cada página. Pero quizás lo más inspirador
es que los “hechos” continúan realizándose –aun hoy. Si la obra milagrosa del Espíritu
Santo estuviera toda escrita, no habría una biblioteca lo suficiente grande
para contener los volúmenes.
Lo que pasó en el Aposento Alto no debió haber sido sorpresa.
Antes de ascender al cielo, Jesús mismo le dijo a Sus seguidores que no
salieran de Jerusalén, sino que “esperasen la promesa del Padre, la cual, les
dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros
seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos
1:4-5)
Cristo aun describió cómo sería y cómo cambiaría sus vidas:
“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y
me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último
de la tierra” (v. 8).
LA LLEGADA DEL ESPIRITU
Un viento recio
Tan real como la venida
de Jesús a la tierra, así fue la venida del Espíritu Santo. Tal como los
profetas predijeron la venida del Mesías, así también profetizaron la del
Espíritu. Cientos de años antes de Cristo, Dios le dijo a Joel:
Y después de esto derramaré mi Espíritu
sobre toda carne, y profetizaran vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros
ancianos soñaran sueños y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los
siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. (Joel 2:28-29).
El Espíritu Santo vino. Y ¡qué entrada tan poderosa! El sonido de un viento estruendoso.
Lenguas de fuego. Una demostración del poder de Dios. ¡Su llegada a la tierra
no fue menos que espectacular!
Cuando llegó el día de Pentecostés,
estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de
un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados;
y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada
uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar
en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. (Hechos 2:1-4).
Fue exactamente como lo había profetizado Isaías: “En
lengua de tartamudos, y en extraña lengua hablará…” (Isaías 28:11).
Ahora bien, cuando Jesús nació, el momento se caracterizó
por paz y quietud. Fue una hermosa noche en Belén, tan clara que os pastores no
tuvieron dificultad de llegar al pesebre. ¡Que contraste con el ruido poderoso
que acompañó la llegada del Espíritu Santo! Creó tal clamor en Jerusalén que
“hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos” (Hechos 2:6).
Yo solía pensar que la frase “hecho este estruendo” quería
decir que alguien estaba corriendo alrededor de la ciudad diciendo: “¡Vengan a
ver lo que está pasando!”. Pero ese no fue el caso. El estruendo que ocurrió se
escuchó en toda la ciudad. Tú ves, “Moraban entonces en Jerusalén judíos,
varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo” (v. 5). ¿Te puedes
imaginar lo que pensaron?
La Palabra dice que cuando ellos oyeron el estruendo
corrieron al lugar asombrados “porque cada uno les oía hablar en su propia
lengua” (v. 6).
Totalmente maravillados preguntaron: “¿No son galileos
todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en
nuestra lengua en la que hemos nacido?” (v. 7-8). Y cuando los oyeron declarar
las maravillas de Dios en su propia lengua, se preguntaban unos a otros: “¿Qué
quiere decir esto?” (v. 12).
¿Por qué 120?
Su estruendosa venida
no fue planeada para un templo hecho de piedras. En vez de eso, el Espíritu
Santo vino sobre 120 creyentes que vinieron a ser el nuevo templo de Dios.
¿Recuerdas que cuando Salomón terminó su templo, tenía
“ciento veinte sacerdotes que tocaban trompetas”? (2 Crónicas 5:12). La
Escritura dice que “la casa se llenó de una nube, la casa de Jehová. Y no
podían los sacerdotes estar allí para ministrar, por causa de la nube, porque
la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios” (v. 13-14).
Sucedió otra vez en el Aposento Alto. Ciento veinte se
reunieron y el Espíritu del Señor llenó el templo. ¿Por qué ciento veinte? Es
el número que cierra la edad de la carne y abre la edad del Espíritu. En
Génesis, donde Noé estuvo construyendo el arca por 120 años, terminó la era de
la carne. Dios dijo: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre,
porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años” (Génesis
6:3).
Es precisamente por este propósito que el Señor reunió los
120 en Pentecostés. Para que Dios el Espíritu Santo pudiera actuar entre las
naciones. Esto marcó el principio de la
edad del Espíritu.
¡Los observadores no podían entender qué estaba pasando!
Algunos se burlaron diciendo: “Están llenos de mosto” (Hechos 2:13). Pero Pedro
“poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones
judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis
palabras. Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es
la hora tercera del día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel” (v. 14-16).
Los 120 fueron llenos del Espíritu a tal grado, que podían
actuar en su propio poder. El Espíritu era tan poderoso que Él tomó control sobre
las acciones de los creyentes. Él estaba en acción, cambiando su lenguaje, sus
emociones y su comportamiento. Lo que Jerusalén presencio no fue embriaguez,
sino el gozo increíble que viene cuando el Espíritu toma control. Yo mismo he
sido acusado de algunas cosas.
Que transformación en el tímido Pedro. Sacó lo de
“predicador” que había en él, cuando él “alzó su voz” y les habló con denuedo a
la creciente multitud. Pero, ¿Quién tú crees que le dio a él las palabras? El
mensaje cautivador fue el del Espíritu Santo. “Pues nuestro evangelio no llegó
a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo”
(1 Tesalonicenses 1:5). Así es. El evangelio es predicado por el Espíritu
Santo. Él es el que hace la obra.
Ahora observa lo que comenzó a pasar de repente en el libro
de Hechos. El Espíritu Santo les da
tremenda autoridad a aquellos que lo han recibido. Eran las tres de la
tarde cuando Pedro y Juan fueron al templo, y “era traído un hombre cojo de
nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la
Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo” (Hechos
3:2).
Volviéndose al mendigo, “Pedro, con Juan, fijando en él los
ojos, le dijo: Míranos” (v. 4). Es maravilloso ver a un hombre completamente entregado
al Espíritu Santo. Pedro estaba lleno de un denuedo y poder que él nunca había
conocido, mientras miraba profundamente en el alma de este pobre hombre –a
través de sus ojos.
El mendigo sabía que Pedro y Juan no estaban jugando. Un
denuedo santo había sido conferido a los apóstoles. Cuando Pedro dijo, “Míranos”,
el hombre inmediatamente “les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo”
(v. 5).
Entonces Pedro dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que
tengo te doy, en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (v. 6).
“Y tomándole por la mano derecha lo levantó; y al momento se le afirmaron los
pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el
templo, andando, y saltando y alabando a Dios” (v. 7-8).
¿Te puedes imaginar la consternación que hubo en el tempo?
El que había sido cojo hizo una entrada poderosa por sí mismo. Ellos lo
reconocieron inmediatamente y “se llenaron de asombro y espanto por lo que
había sucedido” (v. 10).
No una experiencia de “ayer”
El poder y autoridad
que los apóstoles recibieron comenzó a tocar las vidas a cada paso. Su
ministerio fue seguid por “muchas señales y prodigios en el pueblo” (Hechos
5:12). ¿Y cuál fue el resultado? “Y los que creían en el Señor aumentaban más,
gran numero así de hombres como de mujeres” (v. 14). Las señales que siguieron a la venida del Espíritu Santo guio a la
gente directamente a Cristo. Eso es un hecho importante que hay que
recordar.
Lo que pasó en el Aposento Alto no fue una experiencia de
solo una vez; tampoco una nota marginal de la historia. Los creyentes llenos
del Espíritu establecieron una relación incesante con el Espíritu Santo. Ellos continuaron llenándose. Cuando llamaron
a Pedro ante el Sanedrín por la sanidad del cojo, ellos le preguntaron, “¿con
qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?” Pedro estaba “lleno
del Espíritu Santo”, cuando les habló (Hechos 4:7-8). No en tiempo pasado, sino
presente. La palabra “lleno” se
aplica a los apóstoles en aquel mismo momento.
Vez tras vez en la Escritura, cuando se presentan a los
seguidores de Cristo como “llenos del Espíritu”, se refiere a una llenura
nueva, no algo que pasó ayer o el mes pasado.
Pedro estaba tan lleno del Espíritu en el templo que tenía
autoridad sobre sus críticos. Con mucha firmeza dijo: “Gobernantes del pueblo,
y ancianos de Israel: Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio
hecho a un hombre enfermo, de qué manera este haya sido sanado, sea notorio a
todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de
Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los
muertos, por este hombre está en vuestra presencia sano” (Hechos 4:8-10)
¿Te das cuenta de que el poder del Espíritu puede llenarte
de tal manera que no le temas absolutamente a nadie? Es posible establecer tal
comunión con El, que aun el dirigirse al líder de una nación no causa ningún
temor. El Espíritu levanta tu cabeza, cuadra los hombros, y te infunde una
confianza inesperada.
Cuando viajé al Vaticano en Roma para conocer al papa,
pensé que me pondría nervioso. Pero no sucedió así, porque yo estaba lleno del
Espíritu. Y allí entre los líderes del Vaticano sentí hambre de las cosas del
Espíritu.
Pedro el valeroso
Pedro estaba
enfrentándose a algo más que los sacerdotes del templo. Él estaba en realidad
en contra del gobierno de Israel. De hecho, la noche antes que le permitieran
hablar con los sacerdotes, él y Juan fueron puestos en la cárcel. Pero cuando
él habló, las palabras fueron efectivas. Él les dijo que el Señor era “la
piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza
del ángulo” (Hechos 4:11). Fue una cita directa del Salmo 118:22.
¿Era éste el mismo Pedro que, pocas semanas antes, en el
mismo lugar, ante la misma gente, se había intimidado por las palabras
sarcásticas de una muchacha había negado
a Su Maestro? Ahora él estaba allí, lleno del Espíritu, totalmente sin temor,
desafiando a los asesinos de Jesús.
Ya no era el Pedro tímido. Era Pedro el valeroso. ¡Qué
cambio hizo el Espíritu!
Tan grande era esta comunión con el Espíritu Santo, que
Pedro directamente retó a Ananías. Le dijo: “Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu
corazón para que mintieses al Espíritu Santo? (Hechos 5:3). Las palabras de
Pedro y las acciones de Dios eran tan contundentes, que “vino un gran temor
sobre todos los que lo oyeron” (v. 5).
SU PROXIMIDAD A NOSOTROS
Yo puedo decirte por
experiencia personal que llega un momento cuando la comunión con el Espíritu
viene a ser tan real, tan profunda y tan grande que tus palabras y acciones se
conforman a Sus palabras y acciones.
Cuando tú sabes, por ejemplo, que Él ha sido contristado, puedes hablar
valientemente por El, sabiendo que Él está influyendo a través de ti en todo
momento. Estarás tan cerca de Él que, de veras, lo sentirás respondiendo a lo
que has dicho.
Yo creo que el día está llegando cuando los hombres y las
mujeres vendrán a estar tan cerca del Espíritu de Dios, que veremos mucho más
que sanidades y milagros. Veremos como el Espíritu dispersa a los que se
atreven a pelear contra Él.
Nunca olvides a Ananías. El “calló y expiró” (Hechos 5:5).
Y nunca olvides a Giezi. El mintió a Eliseo acerca de los regalos que Naamán le
trajo. Naamán fue sanado, pero el Espíritu guio a Eliseo a decir: “La lepra de
Naamán se te pegará a ti, y a tu descendencia para siempre” (2 Reyes 5:27) y
eso fue exactamente lo que pasó.
Jesús hizo una declaración bien poderosa cuando dijo: “Como
me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les
dijo: Recibid al Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son
remitidos, y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Juan 20:21-23).
Este tiene que haber sido un pensamiento serio y no para ser tomado a la ligera
por los apóstoles.
El rostro de un ángel
Pedro estaba tan cerca
del Espíritu que le dijo a sus acusadores, “Y nosotros somos testigos suyos de
estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le
obedecen” (Hechos 5:32).
El Espíritu Santo poseía a Esteban de tal manera que cuando
fue llevado ante los sacerdotes, “todos los que estaban sentados en el
concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel”
(Hechos 6:15). Pero, oh, las palabras que habló. “¡Duros de cerviz…. De corazón
y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres,
así también vosotros” (Hechos 7:51)). ¿Por qué él dijo eso? Por todo aquello de
lo cual él estaba lleno: “Pero Esteban,
lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios,
y a Jesús que estaba a la diestra de Dios” (v. 55).
La presencia del Espíritu llegó a ser tan poderosa en la
vida de Esteban que él pudo mirar al cielo y ver la gloria de Dios. El aun tomó
las emociones y los atributos del Espíritu cuando era apedreado. Esteban dijo: “Señor,
no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7:60). ¿Te puedes imaginar tal
reacción? Él no le dijo a Dios, “Júzgalos. Mátalos” El Espíritu Santo hizo la
diferencia.
Yo estoy convencido de que hay un momento en la relación
con el Espíritu cuando la unción viene tan fuerte sobre uno –Su presencia está
tan cerca- que puedes mirar al cielo y ver una visión de Dios. Tan real Él ha
llegado a ser.
Saulo, durante su dramática conversión, tuvo una
experiencia de primera mano con el poder maravilloso del Espíritu Santo. Yendo
de camino a Damasco, respirando muertes y amenazas contra los seguidores de
Cristo, “repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en
tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos
9:3-4).
Él estaba temblando y temeroso, “¿Quién eres, Señor?”,
preguntó Saulo. Y el Señor le dijo: “Yo soy Jesús, a quien tu persigues… Levántate
y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9:5-6) los hombres
que viajaban con Saulo se quedaron atónitos y mudos. Saulo quedó ciego debido a
la experiencia por tres días, antes que Dios lo sanara y el fuera “lleno del Espíritu”
(v. 17).
De nuevo el Espíritu hizo una entrada poderosa. El
transformó a Saulo el antagonista en Pablo el apóstol. De hecho, el efecto se
sintió a través de la tierra. “Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea,
Galilea, y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se
acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo” (Hechos 9:31).
Yo no puedo menos que imaginarme qué pasaría si cada
ministro en la tierra cayera postrado y buscara una relación personal con el Espíritu
Santo. ¡Hablar de avivamiento! Yo creo que revolucionaría de tal manera la vida
de la iglesia que los edificios no podrían de momento dar cabida a la gente.
Gracias a Dios por los pastores que están “vivos” en el Espíritu,
pero he escuchado a algunos ministros que, sinceramente, ¡harían mejor de
funerarios! Una comunión continua con el Espíritu hace la diferencia. La gente
está hambrienta de una realidad que solo el Espíritu Santo hace posible.
El nunca deja de obrar
Desde el día de
pentecostés el Espíritu comenzó Su obra en la tierra, y ésta nunca ha parado. ¡Nunca!
Es increíble cómo El intervino en la vida de Pedro. Mientras oraba en la azotea
de una casa, Dios le dio una visión, “y mientras Pedro pensaba en la visión, le
dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y
desciende, y no dudes ir con ellos, porque yo los he enviado” (Hechos
10:19-20).
Los tres hombres de los cuales el Espíritu habló fueron
enviados por un hombre temeroso de Dios llamado Cornelio, un centurión en la compañía
la Italiana. También él tuvo una visión: “Este vio claramente… que un ángel de
Dios entraba donde él estaba, y le decía… Envía, pues, ahora hombres a Jope, y
haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro” (Hechos 10:3, 5). Pero no
era el ángel el que hablaba. Era el Espíritu Santo hablando mediante el ángel. ¿Recuerdas? “Dijo el Espíritu…
yo los he enviado” (v.19-20).
El Espíritu Santo es una persona activa. El nunca cesa de
obrar. El aun enviará un ángel a ti si es eso lo que tú necesitas. Lo que pasa
en la tierra es la obra del Espíritu. Él
es el representante del Padre y del Hijo.
En la casa de Cornelio, Pedro predicó la muerte, sepultura
y resurrección de Cristo. Y “mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu
Santo cayó sobre todos los que oían el discurso” (Hechos 10:44). Los creyentes
que habían venido con él, “se quedaron atónitos de que también sobre los
gentiles se derramase el do del Espíritu Santo. Porque los oían que hablaban en
lenguas, y que magnificaban a Dios” (v. 45-46). Nunca olvides que la Palabra viene primero. El mensaje de
Cristo tiene la preeminencia. El evangelio es el fundamento para todo lo que
Dios el Espíritu Santo fue enviado a hacer.
El Espíritu está interesado en tu vida –aun en tu futuro. El
desea guiarte, protegerte, aun advertirte de lo que está por venir. Tu preguntas:
“¿Puede el Espíritu Santo profetizar acerca de cosas por venir?” Mira lo que
pasó cuando Bernabé fue a la gran ciudad de Antioquía. Como medio millón de
personas vivían allí en aquel tiempo. Por un año entero Bernabé y Saulo enseñaron
a mucha gente en aquella iglesia creciente.
En aquellos días unos profetas
descendieron de Jerusalén a Antioquía. Y levantándose uno de ellos, llamado
Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la
tierra habitada; la cual sucedió en tiempo de Claudio. Entonces los discípulos,
cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos
que habitaban en Judea. (Hechos 11:27-29)
¡Cuán cerca estaba el Espíritu Santo en sus vidas diarias!
El reveló que una sequía se aproximaba y así les permitió que se prepararan
para el hambre que de hecho vino. El Espíritu es una persona, y Él está profundamente interesado en la gente. Él sabe lo que está pasando en tu
vida y tiene gran interés en ti.
El Espíritu y el mago
¿No es tiempo de que
dejes al Espíritu ordenar tus pasos? ¿Por qué planear tu propio curso cuando El
conoce cada pulgada del camino que tienes por delante, cada curva peligrosa,
cada hoyo? Eso fue lo que los cristianos aprendieron en Antioquia. “Ministrando
éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé, y a
Saulo para la obra a que los he llamado” (Hechos 13:2). Ellos respondieron
inmediatamente: Y entonces, “enviados por el Espíritu Santo, descendieron a
Selucia, y de allí navegaron a Chipre” (v. 4)
Los discípulos estaban haciendo la obra del Padre, pero,
¿quién los envió? Ellos recibieron instrucciones directas del Espíritu. Y durante
su viaje el Espíritu Santo nunca dejó de obrar. Aun les dio poder sobre un
falso profeta.
Elimas era un hechicero y mago judío. El trató de detener
lo que el poder de Dios estaba haciendo en Chipre. Pero “Saulo, que también es
Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando en él los ojos, dijo: ¡Oh, lleno de
todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia!” ¿No cesarás de trastornar
los caminos rectos del Señor? (Hechos 13:9-10).
¡Qué acusación! De hecho, el Espíritu se encontraba tan
poderosamente en Pablo que le dijo al mago que se quedaría ciego. Y así fue. Pero
como un resultado directo la gente comenzó a volverse a Cristo, “Y la palabra
del Señor se difundía por toda aquella provincia” (Hechos 13:49). “Y los discípulos
estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo” (v.52).
Tu preguntas: “¿Debo dejar al Espíritu Santo hacer todas las decisiones? Después de todo,
¿no me dio Dios una mente mía propia?” Por supuesto que sí. Pero lo que tiene lógica
para ti debe tener lógica también para el Espíritu. El concilio de la iglesia
en Jerusalén escribió: “Porque han parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros…”
(Hechos 15:28). Cuando algo está bien, será confirmado por el Espíritu Santo, y
tú sabrás que dirección tomar.
El mensaje y el mensajero
Si el Espíritu fue tan
necesario para Cristo, también tiene que ser lo mismo para ti. Jesús nació del Espíritu,
fue ungido por el Espíritu, echó fuera demonios por el Espíritu, recibió Su
plenitud por el Espíritu, e hizo milagros por el Espíritu. Y fue por el Espíritu
Santo que El enseñó, dio mandamientos, dio poder y gobernó la iglesia, se
ofreció a Sí mismo en la cruz, y fue resucitado.
“¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu
eterno se ofreció a si mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias
de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9:14). El mismo Espíritu
que fue esencial para la obra terrenal de Cristo, es necesario para ti. Él es
indispensable.
Tu experiencia de salvación se basa en Cristo, la cruz, y
tu confesión. ¿Pero cómo recibiste la realidad
de tu regeneración? ¿Cómo sabes que tu corazón ha sido limpiado? Eso, amigo mío,
es la obra del Espíritu Santo. Es el Espíritu del Señor quien pone el mensaje
en tu misma alma. Tú no puedes encontrar palabras adecuadas para describirlo o
explicarlo, pero sabes que es tan válido como la vida misma.
Si esa realidad es tan fuerte, tan profunda, y tan
personal, entonces ¿Cuán real es el que la da? Es una pregunta significativa. ¿Cuán
real tiene que ser el mensajero si el mensaje es tan real?
El Espíritu Santo anhela una relación personal continua
contigo. El desea hacer una entrada –una entrada
poderosa- en tu vida.
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